miércoles, 30 de enero de 2008

Moshe y Doménico

1917. La quería con locura. La amaba desde la primera vez que la vio. Tenía en su cabeza lo que quería pintar. Moshe Segal preparó el lienzo mientras en su cabeza recordaba el momento en el que la conoció. Rondaba el año 1909. Había estado pintando a su amiga Thea Brachman, que le servía como modelo cuando vivía en San Petersburgo, y por la que sentía algo especial, quizás un sentimiento más allá del que sienten los pintores con sus musas. Pero pronto se dio cuenta que, tal vez, esa sensación estaba distorsionada por instintos carnales. Instintos que no superaban lo puramente erótico, pues fue precisamente Thea la que le presentó al amor de su vida. Y sólo entonces, en ese preciso instante, sintió que una punzada le atravesaba el pecho. Sintió como una cortina de arena recorría su corazón. Más tarde, en su autobiografía, escribiría sobre aquel primer encuentro: “¡De repente me doy cuenta de que no es con Thea con quien debería estar sino con ella! Su silencio es el mío. Sus ojos son los míos. Es como si me conociera desde siempre, como si supiese todo de mi infancia, de mi presente, de mi porvenir; como si velase sobre mí y me comprendiera perfectamente, aunque la viera por primera vez. Sentí que ella era mi mujer”.


1958. Ya sabía que iba a participar. Estaba convencido. No era un festival cualquiera. Era San Remo. Sus escasos siete años de vida ya lo encumbraban como uno de los festivales más famosos de Italia. Aún así, Doménico tenía sus dudas. Sus amigos lo animaban, recordándole que no hacía tanto, tan solo cuatro años, que Frank Sinatra había quedado entusiasmado con su actuación. Fue en un homenaje que la RAI dedicó a la figura del cantante estadounidense. Doménico sonreía cada vez que se acordaba. Subió al escenario con su guitarra y comenzó a cantar. Le gustaba hacerlo en el dialecto italiano que dominaba, una mezcla entre el Siciliano y el Pugliese, aunque este detalle solía chocar a los que lo escuchaban. No fue el caso de Frank Sinatra, que acabó sorprendido por la innovación de Doménico y su ya inconfundible bigote. Se perdía por los recuerdos que asaltaban su memoria mientras caminaba por la Vía del Corso. Tenía que componer una canción.


1917. Su muñeca se movía sola. Su mano llevaba al lienzo lo que su cabeza le proyectaba. En el mundo exterior suenan los nervios de la tensión. Dentro de su cabeza, la estructura del cuadro. Dentro del estómago las mariposas de amor. La Revolución Rusa puede traer esperanza. Pronto acabará todo. Entra Bella. La contempla. Se sabe de memoria sus facciones, pero no se resiste a repasarlas una vez más, a dejarse llevar por el amor y su belleza. Le traía tortas caseras, unas veces, pescado frito, otras. Esta vez traía un vaso de leche hervida. Le besó y él se dejó besar. El pincel en su mano esperaba una reacción. Ella abrió la ventana para que entrara el azul del cielo y las flores. El amor había entrado mucho tiempo atrás. Nuevo beso. Bella sale del estudio. De nuevo al trabajo. Ya se perfilan las siluetas. La alegría lo envuelve. Rusia se estremece con los acontecimientos. No siempre es mala señal una Revolución. Sonríe. Hay una esperanza salvadora e igualitaria legalmente respecto a los judíos. Extiende el pincel en el lienzo. Las tonalidades rosáceas comienzan a dar vida. Sentía la necesidad de representar el detalle emocional y sentimental. Estaba exultante. Se sentía capaz de volar.


1958. El papel sobre la mesa mostraba el estado de su mente. Contemplar su superficie inmaculada lo desesperaba más aún. El sol entraba por la ventana. Se levantó y dio unas vueltas por el salón. ¿A quién quería engañar?, era un perfecto desconocido. Y qué si una vez sorprendió al gran Frank Sinatra. Tan solo tenía un pequeño círculo que lo apoyaba. Le gustaba componer y cantar, pero ahora era San Remo. Una vuelta más. Sabía que podía hacerlo, pero ese maldito papel blanco no hacía más que reírse de él. Y entonces, casi sin querer, posó la mirada en unas láminas olvidadas que tenía en el mueble. Se acercó, casi agradecido por aquella distracción. Las láminas le venían de perlas para olvidar la mofa que le sugería la blancura del papel. Las fué pasando. Eran reproducciones de obras artísticas. Alguien se las trajo hace poco, pero nunca las llegó a ver todas. Pinturas antiguas y contemporáneas. Fue pasándolas una a una, deteniéndose en todas aquellas que le llamaban la atención. Y entonces la vio. Dejó las demás sobre la mesa. Se sentó lentamente sin dejar de mirarla. El cuadro que se reproducía era hermoso. Bellísimo. Decía algo más de lo que se representaba. Casi se podía escuchar. Y sentir. Él lo sentía. Escuchaba aquella canción. Podía escucharla a través del cuadro que se reproducía en la lámina que sostenía en sus manos. La dejó en la mesa y cogió su pluma. Miró al papel con aire triunfal y comenzó a escribir mientras tarareaba.



1918. Los bolcheviques habían finalizado la guerra. Los judíos habían adquirido, por fin, los mismos derechos civiles que los rusos. Los primeros tiempos de la revolución estuvieron caracterizados por un ferviente optimismo. A Moshe Segal le deparaba ese año un puesto oficial: Comisario de Bellas Artes en Vitebsk. Pero eso sería en septiembre, ahora intentaba terminar un cuadro que comenzó en las postrimerías de 1917. Tan sólo quedaban algunos retoques. Lo contempló mientras preparaba las pinturas. Las dos figuras se perfilaban sin problemas. Su propio retrato en el centro de la composición, elegantemente vestido con un conjunto negro y camisa blanca de amplio cuello. Sonriente. Una radiante sonrisa. Con su mano izquierda sujetaba a Bella, que se elevaba y se sentía volar. Embadurnó su pincel de pintura para concluir aquel paseo. Un auténtico manifiesto de la felicidad hallada junto a su esposa. Era una alegría infinita y de una nueva visión, dominada por el poder de la fantasía y de la creatividad combinadas con el amor. En ese momento entró Bella en el estudio con unas tortas caseras, le besó y salió. Acababa de recibir el último empujón necesario para concluir la obra.


1958. De un tirón. Había concluido la letra de un plumazo. En unos minutos. Cogió la lámina entre sus manos y observó el cuadro allí representado. Era bellísimo. Irradiaba una sensación de felicidad y amor inconmensurables. Doménico estudió la técnica utilizada por su creador. Era un pintor tremendamente moderno, o al menos, su manera de pintar así le indicaban. Uso no realista de los colores, fragmentación de las formas y estilización de las figuras. Rozaba, sino palpaba de lleno, el Surrealismo. Estaba seguro que era una obra contemporánea. Incluso reciente. Hacía que lo mundano tuviera un aspecto milagroso. La pareja que ocupaba la composición era tremendamente feliz. Él sonreía mientras agarraba a su pareja con la mano izquierda, que volaba y se elevaba como si fuera una cometa, presa del amor. Doménico había escrito la canción que presentaría en el festival dejándose llevar por la música que emanaba de ese cuadro, sin embargo, no había visto su título. Le dio la vuelta y observó el nombre y la fecha escritas en el dorso... no se lo podía creer.


1918. Se limpiaba las manos mientras observaba cómo había quedado su obra. Bella entró en el estudio en ese mismo instante. Se acercó a su amado esposo y le besó, para luego contemplar el cuadro. Sonrió y le miró. Él le devolvió la sonrisa y volvió a deleitarse con el resultado de la pintura. El amor se sentía en cada rincón de la escena, pero sobre todo se dejaba sentir en los rostros de los enamorados. Él sonreía y ella volaba atrapada en una racha de amor. El vuelo. La capacidad de volar. O de sentirse volar. La representación iconográfica del sentimiento amoroso era para él el vuelo. El valor profundo del vuelo alude al poder inherente a lo sobrenatural, condición que es posible alcanzar mediante el amor, motor dinámico de la creación. Y tanto Moshe como Bella, estaban totalmente colmados de amor. Ella tenía los ojos húmedos. Estaba emocionada. Sonreía de felicidad. De amor. Él la besó.

1958. Tenía las manos heladas. El pulso acelerado. En el pecho no paraba de latirle el corazón. Le tocaba a él. Miró a su compañero, Johnny Dorelli, que le ayudaría en su actuación. Le sonrió. Iba a saltar al escenario de San Remo. Todo había ocurrido tan deprisa... Entonces prestó atención. Comenzaba la música. Era su turno. Se pasó dos dedos por su minúsculo y arreglado bigote. Se ajustó la chaqueta y la pajarita y cruzó el umbral que le dejaba ver al público. Seguía nervioso, pero ya todo ocurría rápidamente. Bajó las escaleras. Saludó al público, que aplaudía fervientemente, y se plantó frente al micrófono. Comenzó la música que tantas veces había escuchado y se dejó llevar.



1958. No sabía cómo, pero finalmente se había decidido verlo. Estaba muy cansado, pero allí estaba, en la siempre bella París, a la que él denominaba “mi segunda Vitebsk”, viendo el Festival de San Remo en uno de los pocos televisores que había. Gianni Agus y Fulvia Colombo eran los presentadores de esta edición. Estaban anunciando un nuevo cantautor. La canción se titulaba “Nel blu dipinto di blu”. Curioso título. Moshe comenzó a bostezar. Apareció el protagonista. Un tal Doménico Modugno. Un eterno bigote actuaba como pincelada de su cara. Comenzó la música y empezó a cantar. De pronto se dio cuenta de algo. Esa música... ¿a qué le recordaba?. De pronto la vio. Allí estaba. Era su desaparecida Bella. Sus ojos se le llenaron de lágrimas. Modugno rompía el ritmo. ¡¡Volare!!. Segal se dejó llevar por aquella música que le recordaba un paseo. Un delicioso paseo en Vitebsk. Y entonces recordó a su eterno amor. Y la vio volar. Y lloró.


1958. ¡¡Volare!! Doménico Modugno se dejaba llevar por la magia que él mismo había creado. Estaba volando con la canción. Abrió los brazos y la gente comenzó a aplaudir. Doménico se sentía feliz. Movía los brazos. Estaba embelesado. Embriagado de alegría. Y llegó al final. Menos tensión. Relajación. Todo ha pasado. Baja la cabeza y escucha el último toque de la orquesta. El éxito es inmediato. El público enloquece y se deshace en palmas. Un sonoro aplauso envuelve a Doménico que, exultante, sonríe y agradece la ovación.


Y entonces se le viene a la mente toda su inspiración. Una lámina. Un nombre. Una fecha.

El paseo
Marc Chagall,
1917-1918


Para María...

20 comentarios:

el aguaó dijo...

Soy consciente de la extensión de esta entrada, pero la amiga Glauca María no se merece menos...

Un fuerte abrazo a todos.

Anónimo dijo...

Se ve que me vas conociendo porque has acertado con uno de mis pintores favoritos.
Para mi los últimos dias de enero son muy difíciles y tu me has hecho un bello regalo de cumpleaños.

Muchas gracias amigo.

María.

el aguaó dijo...

Felicidades amiga María.

Reyes dijo...

Desde luego que eres un auténtico artista, sabes llegar directamente al corazón.
Yo no sabía que la amiga María cumplía años, desde aquí, un beso muy fuerte que va "Volare", directamente desde mi corazón.

Aguaó, te lo repito, eres un artista, yo tengo una especial pasión por la canción italiana, pero esa combinación tuya es fantástica.
Gracias de nuevo, por conocerte sin hacerlo.

nefer dijo...

GENIAL !!!

nefer dijo...

Amiguísima Glauca:

Con el permiso de nuestro Aguaó particular, desde hoy mismo no volveré a mirar a tus titulares con los ojos de antes, desde hoy todo será distinto, porque será imposible contemplarlos sin acordarme de algo que leí un 31 de enero.

1BESO.

dgyz dijo...

querido aguao, tras una larga ausencia por estos lares, decirte que en mi barrio ya hay noticias nuevas y llenas de felicidad.
Mi ausencia por estos lares han sido un cumulo de cosas, trabajo, estudios y muchos agobios, pero ya estamos aqui. Gracias
Saludos amigo.

orfila dijo...

Desde luego, hay que ver como trabajas los temas.

Glauca, felicidades por el cumpleaños y por el regalo.

Paços de Audiência dijo...

Eres un megacrack.

No te has equivocado.

Diego Romero dijo...

No cabe duda, que hay que tener arte para escribir, y describir esas dos obras de arte como tu lo has hecho.

Felicidades.

P.D. Nunca es extenso, lo que se lee apasionadamente.

Anónimo dijo...

Tú talento es inmenso, es un regalo especial para Maria pero de paso nos lo has regalado a todos nosotros, que espectáculo. Me voy a la cama completamente feliz, volando como Bella.

Adri y Jose dijo...

BRUTAL, Aguaó. Lo que has escrito es buenísimo de arriba abajo: la forma y el fondo.
Como han dicho por acá, tienes mucho talento
ENHORABUENA!!!

Er Tato dijo...

Currado, original, fantástico. No como mi comentario que es simple, repetitivo y normalucho. Pero es lo que hay.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Muchas gracias amigo aguaó por seguir contribuyendo en mi educación con estos artículos, me ha encantado la forma de relatarlo, aunque un poquito extenso pero esta vez se agradece.
gracias artista

el aguaó dijo...

Querida Glauca... siempre gracias a ti.

Amiga Dama, muchísimas gracias. Sin vuestros comentarios escribir, no tendría mucho sentido. Estoy aprendiendo mucho con ustedes. En una ocasión dije que, gracias al anonimato, conseguimos expresar en nuestros rincones sentimientos y emociones, conseguimos ser sinceros y totalmente transparentes. Aquí, querida Reyes, somos nosotros mismos, porque la superficialidad no tiene sentido. Y tú, me conoces bien. Gracias amiga.

Y sin mi permiso también querido Nefer. Gracias por tus palabras.

Saludos Siempre Lunes Santo, ya me pasé por tu blog. Me alegro de tu vuelta.

Siempre habla un cojo de la pata que cojea amigo Orfila. Tus textos son geniales... cada día me alegro más de que te animaras.

Gracias amigo Cabezota, pero tan solo he hilado dos historias que creía debían ser contadas.

Muchas gracias querido Lacava. Las palabras de un poeta como tú son todo un honor para mí.

Gracias querida Cofiliquili. Me alegra saber que mi texto te ha ayudado a volar.

Amigo Gazpacho, retales de unos recuerdos sacados de la carrera. Vuestras palabras me motivan a seguir escribiendo. Gracias.

Querido Tato, el simple y mero hecho de dejarme un comentario significa mucho más que un detalle simple, repetitivo y normalucho.

Gracias a ti Capitán.

Un fuerte abrazo a todos y muchas gracias por vuestras palabras.

Anónimo dijo...

Cuando se sabe lo que hay detrás de una obra de arte, ésta se disfruta más.
Gracias por el trago, amigo.

Anónimo dijo...

No se cuantas veces lo he leido a lo largo de este fin de semana. Es mágico, tenia que decirtelo otra vez.UN beso.

aiNOha dijo...

No tengo palabras. Qué maravilla querido Aguaó.

Por cierto, pásate cuando puedas por mi blog, que hay una cosa pa ti.

Besitos

Híspalis dijo...

Magnífico texto como siempre. No puedo entender cómo consigues emocionar con cada una de tus entradas. Debes empezar a plantearte cobrar por entrada, jejej, es broma...En serio, gracias por tus clases gratuitas, no sabes cuánto aprendo, cosa que me encanta. ¡Ah! y felicidades por el premio que nuestra amiga Ainoha te ha concedido... no es para menos...

Un fuerte abrazo.

el aguaó dijo...

Gracias amigo Maese, me alegra que hayas saciado tu sed, pues esa es mi misión.

Amiga Cofiliquili, gracias otra vez.

Gracias por tu regalo amiga Ainoha. Yo sí que me he quedado sin palabras.

Amigo Híspalis, muchas gracias. El premio que la querida Ainoha me ha otorgado es más vuestro que mío, pues sois vosotros, queridos amigos, los que hacéis posible que siga repartiendo agua.