martes, 29 de abril de 2008

1 - "Tristes Presentimientos De Lo Que Ha De Acontecer"


Quizás don Francisco de Goya y Lucientes lo presintió. Posiblemente el genial pintor sintió que pronto todo estallaría. Tal vez tuvo una premonición de los horrores que vería. Quizás tuvo una visión de aquellas atrocidades que muy pronto exornarían las calles de España. ¿Cuándo?, sería difícil preguntarse el momento exacto en el que don Francisco tuvo el presentimiento de que España se rompería y sangraría por los cuatro costados. Tal vez tuvo la sensación de que la Guerra se acercaba tan sólo unos meses antes del horror. El 17 de marzo de 1808, el Motín de Aranjuez acabó con el reinado de Carlos IV y de María Luisa. El hijo de ambos, Fernando, el déspota monarca que pasaría a la Historia como Fernando VII, y también como “el deseado”, aunque acuchilló a España como un perro luterano, accedió al trono, pero no por mucho tiempo. La confusión en la monarquía española y las ansias de Napoleón de conquistar la Península Ibérica, dieron paso a la Invasión Francesa.

Fue quizás a partir de ese día. Tal vez fue ese 17 de marzo cuando don Francisco sintió y profetizó que España era una presa fácil para el ambicioso militar francés. Entonces, sólo entonces, Goya se acordó de Jesús. Se acordó de su miedo. De cómo le rezó a Su Padre antes que todo ocurriera. De cómo se arrodilló en el Huerto de los Olivos que está en la Plaza de los Carros. De cómo sudaba sangre por la tensión que iba a sufrir. Cuando todo pasó, y quiso dejar constancia en Los Desastres de la Guerra, el primer grabado sería ese. Una introducción de la profecía que tuvo, al igual que Jesús antes de su Pasión. Un aviso de las atrocidades que se iban a ver. Del dolor que se iba a padecer. Un aviso de los Desastres, Horrores, Terrores, Consecuencias y Tragedias de la Guerra.

domingo, 27 de abril de 2008

Diálogos...

Hay diálogos que surcan el aire. Hay palabras que se entrecruzan. Hay frases que se dicen. Preguntas que son respondidas y otras que quedan sin respuesta. Hay diálogos silentes. Hay diálogos secretos. Hay diálogos que quedan prendidos en el recuerdo. En la imaginación. En la historia. En la leyenda...

Al alba, cuando se despiden las tinieblas de la noche y la Aurora derrama sus lágrimas de Rocío, se encuentran. Dos hermanos.
- Por fin. Hoy es el día – en la voz de Helio se hacía patente el nerviosismo y la ansiedad.
- Hoy tú serás el afortunado querido hermano. Hoy, por fin, no llegarás tarde. Hoy, cuando tus cuatro corceles recorran el cielo, podrás verlo. Y entonces recordarás antiguas estampas – le sonrió emocionada Selene.
- Hace mucho tiempo que no baño con mi rayos Su dulce rostro. Hoy recordaré viejas estampas en blanco y negro. Ni siquiera la sepia se muestra en mi recuerdo. Apenas unas imágenes que se pierden en el tiempo. Hoy, volveré a verlo. Muchos años después – Helio sonrió a su hermana.
- Yo lo esperaré el año que viene. Llena como siempre. Cuando su zancada vuelva a recorrer sus calles de Madrugá – le respondió Selene. Su hermano se despidió y continuó su camino, azotando a los cuatro caballos de fuego que tiraban de su luminoso carro.


En un convento de la calle Cardenal Spínola, el Rosario de la Aurora llega siempre a la misma hora. Pocas hermanas quedan ya. Clausura y soledad. Mucho convento para tan pocas personas. En sus cabezas carcome lo ocurrido en Santa Clara. Un gigantesco convento para siete hermanas. Finalmente, exilio al final de los noventa. Al consumar el siglo XX concluyó la historia de Santa Clara como clausura. Quizás ese detalle. Quizás ese exilio forzado de sus compañeras rebota como un eco ensordecedor en la clausura de esas hermanas de Cardenal Spínola. Pero hoy es diferente. La primera misa es distinta. El día es diferente. El aire es distinto. Hoy sonríen con más frecuencia. Hay miradas de complicidad. Hoy reciben un Huésped especial. Hoy viene, para quedarse un tiempo, el Señor de Sevilla. El Hijo de Dios y su Bendita Madre. Cuando los panes y los peces se pongan a la mesa. Cuando la Oración surque el aire para dar gracias a Dios por la comida, Nuestro Padre Jesús del Gran Poder ya estará allí.


- ¿Está todo preparado?
- – sonrisas. Nervios. Suena la puerta. Los primeros hermanos. Una llamada de atención.
- Venga que ya está al llegar – dice una de ellas. Ya se siente porque hay escalofríos cuando hace calor. Ya se escucha porque hay silencio en la calle. Aparece. Media vuelta. El rostro de El Cisquero desaparece en la penumbra de la Iglesia. Anfitrionas frente a su Invitado. Rezos en el interior. Diálogos secretos.


- ¡Qué bonita viene! – aparecía María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso. Bellísima. Delicada. Preciosa.
- ¡Mira qué guapa! – diálogo al aire. Diálogo sin respuesta. No la necesita. Sonrisa. Emoción. Lágrimas. La Señora acompaña a Su Hijo. Se canta el Ave María. Las monjitas se emocionan. Ahora estarán menos solas que nunca, el Señor y Su Madre han venido para estar con ellas varios meses.


Dos amigos anónimos se encuentran. Uno trabaja. Cámara en ristre y autorización en el pecho. Un siseo. Este humilde aguaó lo ha reconocido. Le llama. Un diálogo conocido.
- ¿El Canónigo Alberico? – sonrisa que responde la pregunta lanzada – yo soy el aguaó.
- ¡Hombre qué alegría!, ¡encantado! – viene la Cruz de Guía – oye, mucha suerte con los exámenes. Mantennos informados.
- Por supuesto. Me alegro de conocerte.
- Igualmente. Me alegro de verte – despedida y cierre. Llega la Cruz de Guía. Diálogo corto pero ilusionante y alegre.


Llega el Señor. Túnica lisa. Me recorre el escalofrío de siempre. Cielo azul. Gran Poder. Diálogo secreto. Me persigno. Padre Nuestro. Llega María. Bellísima. Mayor Dolor y Traspaso. Delicada y fina. Diálogo silente. Me persigno. Dios Te Salve María.


Y Sevilla los esperó. Se echó a la calle. Y dialogó con Ellos. Diálogos secretos. Diálogos silentes. Diálogos sevillanos. Diálogos de Esperanza. Diálogos de historia. Diálogos de leyenda...

martes, 22 de abril de 2008

Knockin' on heaven's door

Knockin' on heaven's door
Mama take this badge from me
I can't use it anymore
It's getting dark too dark to see
Feels like I'm knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Mama put my guns in the ground
I can't shoot them anymore
That cold black cloud is comin' down
Feels like I'm knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
'YOU JUST BETTER START SNIFFIN' YOUR OWN RANK
SUBJUGATION JACK 'CAUSE IT'S JUST YOU AGAINST YOUR
TATTERED LIBIDO, THE BANK AND THE MORTICIAN,
FOREVER MAN AND IT WOULDN'T BE LUCK IF YOU COULD
GET OUT OF LIFE ALIVE'
Knock-knock-knockin' on heaven's door
1973, Sam Peckinpah rueda “Pat Garret and Billy the Kid”. En ella aparece un misterioso personaje que responde al nombre de Alias. La persona que lo encarna es más músico que actor, Robert Allen Zimmerman, conocido mundialmente como Bob Dylan. Pero lo que más destaca de su papel en dicho film, es la creación de su banda sonora, donde destaca el tema “Knockin’ On Heaven’s Door”, un gran éxito que le ayudó a recobrar confianza y autoestima, y con el tiempo, se convertiría en una de las canciones más versionadas.

Grandes grupos y artistas han conseguido adaptar a sus estilos musicales esta magnífica canción. Yo he seleccionado once versiones, bajo mi humilde punto de vista, que comento, teniendo en cuenta que no soy un experto en música, y que os presento a continuación.


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La versión original. Es una de las canciones que más me gustan de Dylan. El ritmo y la expresión que le da su creador es inimitable, y por lo tanto, único, consiguiendo transmitir todo el mensaje que pretende. Melancolía y tristeza. La canción y su creador.



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Posiblemente, la versión más conocida del tema de Dylan. Adaptada en uno de sus conciertos en 1987, Guns N’ Roses la incluyó desde entonces en sus conciertos, donde se creaba una canción cercana a los 15 minutos e incluso los 20 en muchos conciertos, en la cual se mezclaba el rock y el reggae. En 1991 grabaron el tema en su disco “Use Your Illusion II”, lo lanzaron como single y llegó hasta la segunda posición en las listas británicas.



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En su Unplugged, Eric Clapton hizo una versión acústica genial. Dentro de su famoso estilo y marcado por las pautas del unplugged, Clapton realizó una adaptación de la célebre canción que destaca por su punteo y su ritmo casi reggae pero sin llegar a serlo. Tuvo gran éxito.



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Posiblemente la versión más personal de la canción de Bob Dylan. Incluida en la banda sonora de "I’m Not There", Antony and The Johnsons consiguieron imprimir su personalísimo sello, y le dieron un aire tremendamente romántico, sin dejar a un lado la melancolía, que ya de por sí, destila la voz de su vocalista. Una de las versiones más bellas de esta canción.


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Jon Bon Jovi la versionó en su Unplugged. Dentro del estilo que profesa Bon Jovi, el resultado es muy agradable, teniendo en cuenta que se trata de una versión acústica. No innova mucho y se ajusta al patrón que creara Bob Dylan.


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Esta versión es especial. Es la única que posee un cambio en la letra y forma, pues se le agregó un nuevo verso, con permiso de Dylan, de la mano de Ted Christopher, que además es su vocalista. Esta versión, cuya modificación y la inclusión de un coro, está dedicada a las víctimas del asesinato de Dunblane, Escocia. El coro está formado por los hermanos y hermanas de las víctimas de esa barbarie, y a la guitarra el punteo del gran Mark Knopfler, guitarrista y vocalista de Dire Straits.



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La entonación del disco The Wall, se hace notar en esta versión de Roger Waters, antiguo bajista de la mítica banda Pink Floyd. Con una voz profundamente marcada y de gran personalidad, Waters quiso realizar su propia versión de este tema.



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The Cream, liderado por el gran Eric Clapton, también realizó una versión de este tema. Con un estilo totalmente reggae, consigue crear un ritmo pegadizo y diferente, que acompaña además con su magnífico punteo.



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Dentro de su estilo, U2 también se subió al carro de la versión de esta gran canción. En este archivo, la canta en directo, sin cambiarla en demasía, pero marcando su estilo y ritmo personal. El estilo de U2.



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Una de las últimas versiones, que demuestra que la canción sigue vigente, que está viva y que, por supuesto, sigue siendo atractiva musicalmente. Avril Lavigne se animaba y creaba su propia versión del tema de Dylan.


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El pico, ese archivo que despunta impidiendo que sea un número redondo de diez versiones, es esta impresionante actuación en directo de Bob Dylan y Tom Petty. Extraordinaria versión en la que nos podemos deleitar con la genialidad de ambos músicos, y un acabado espectacular en directo que merecía estar en esta selección.
Llamando a las puertas del cielo
Mamá, llévate esta insignia de mi
No puedo usarla nunca más
Se está poniendo oscuro, muy oscuro para ver
Se siente como que estoy llamanda a las puertas del cielo
Llamando a las puertas del cielo
Llamando a las puertas del cielo
Llamando a las puertas del cielo
Llamando las puertas del cielo
Mamá, pon mis armas en el suelo
No puedo dispararlas nunca más
Aquella nube fría y oscura está bajando
Se siente como que estoy llamando a las puertas del cielo
Llamando las puertas del cielo
Llamando las puertas del cielo
Llamando las puertas del cielo
Llamando las puertas del cielo
TU MEJOR COMIENZA A OLFATEAR TU PROPIA GRADUACIÓN DE SUBYUGACIÓN PORQUE ES SOLO TU CONTRA TU ANDRAJOSO LÍBIDO, EL BANCO Y EL EMPRESARIO DE UNA FUNERARIA, POR SIEMPRE HOMBRE Y NO SERÍA SUERTE SI PUDIERAS SALIR VIVO DE LA VIDA
Llamando a las puertas del cielo


Y vuesas mercedes ¿qué opinan?, ¿os gusta la canción?, ¿cual es la versión que más os gusta?, ¿conocéis otra que se me haya pasado?...saciad vuestra sed mientras cantáis, pero tened cuidado con atragantaros.

sábado, 19 de abril de 2008

El reloj

Deambulaba por el desván. Buscaba algo entre los baúles apilados contra la pared. A oscuras y tanteando el pasado se acercó a uno de ellos. No era el que buscaba. Ajados recuerdos se desprendieron de su interior. Fuera llovía. El repiqueteo sonaba con fuerza. La fragancia a tierra mojada lo inundaba todo. Sus manos buscaban con ansia caricias de evocaciones pasadas. Su memoria iba de un lado a otro. Un cofre. Un baúl. Los objetos del corazón se apilaban en su interior. Seguía removiéndolo todo. Pronto lo encontraría. Entre la penumbra un brillo. Quizás el latón de un embellecedor. Avanzó hasta quedar a su altura. Una caja nueva reposaba encima. Se quedó mirándolo. Oscuridad absoluta. Apenas unos reflejos azulados. Un par de brillos. Un aldabón que se asomaba entre la capa del olvido.

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Se rascó la nariz. El polvo comenzaba a penetrarle. Pronto sería un revoltijo de estornudos. Palpó la caja nueva hasta encontrar el borde inferior, probó a moverla y se dio cuenta que podía con ella. Tan sólo eran nuevos conceptos. Nuevos momentos que aún estaban frescos. La dejó a un lado y se volvió para contemplarlo. Allí estaba. Seguro que era el que había estado buscando. Una nube de polvo se sentía en el ambiente. Fuera, la lluvia arreciaba con fuerza. Se agachó y pasó sus manos delicadamente sobre la cerradura, que cedió sin problemas. No había candado. Nunca había estado cerrado. Levantó la tapa un poco. Apenas una rendija. Una herida abierta por la que dejar escapar el perfume que atesoraba en su interior. Olores de la infancia le asaltaron. Un escalofrío le recorrió la espalda. Cerró los ojos y sonrió. Aspiró con fuerza y se dejó llevar en un viaje retrospectivo. Sus ojos se humedecieron. Se había quedado en una acción dubitativa. Más cerrado que abierto. Su vacilante gesto se decidió. Avanzó y lo abrió de una vez.


Oscuridad. Penumbra. La escasa luz comenzó a penetrar en su interior y a modelar figuras. Y allí estaba. En un rincón, latente a la espera de su llegada, permanecía inmóvil. Seguía como el primer día. Momentos de una tarde de otoño acudieron a su cabeza. Lo cogió y lo observó con atención. Delicadamente. Contemplándolo como si fuera la primera vez que lo veía. Lo palpó con todo el cariño del mundo. Lo acarició como si de un añorado tesoro se tratara. La correa negra seguía abrazada a la hebilla. Lo levantó a la altura de los ojos para ver si funcionaba. Los dígitos marcaban la hora pesadamente. Casi transparentes. Una hora que nunca pasaba. Un momento congelado en el tiempo. Sonrío emocionado. Las imágenes acudían como una cinta tintada de color sepia. Ese reloj significaba mucho para él.

De pronto una luz atravesó el desván. Hubiera jurado que era un relámpago. Un rayo tal vez. La lluvia no dejaba de tamborilear el tejado. El resplandor quedó patente en el desordenado desván. Parecía que ahora se veía con claridad. Tenía el reloj entre las manos cuando una vieja película comenzó a proyectarse en la pared. Imágenes en movimiento cabalgando entre saltos. Sonrió. Recordaba aquellos momentos. Era una tarde de otoño. No hacía frío aún. Esta ciudad tenía un verano generoso. Como diapositivas fugaces, las imágenes iban pasando ante sus atónitos ojos. Sus recuerdos se proyectaron sobre la pared del desván. Sin darse cuenta, una lágrima empezó a descender por su mejilla. Apretó con fuerza el reloj. Un coche blanco lo llevaba. Lo había reconocido. Un Opel Kadett. Lo recordaba perfectamente. Sonrío. En aquella época era uno de los últimos modelos. Bajaron en el centro. Dos figuras. La suya propia y la de un hombre alto, corpulento y fuerte. Tío y sobrino. Un paseo por el corazón de la ciudad. Merienda. Recreativos de Sierpes. Un juego de coches. Y por último, Cuna. La calle de los niños huérfanos. Una relojería antigua con últimos modelos. La sorpresa final. La traca de artificios coloridos resumida en aquel reloj. No se lo podía creer. Su tío le sonrió. Una sonrisa atrapada en su sempiterna barba. Transacción realizada. En el silencio del desván la lluvia chocaba con violencia. Entre baúles observaba cómo salían de la tienda y se ajustaba el reloj. El mismo reloj que ahora tenía entre las manos. Agotado de tanto marcar el tiempo. Y entonces se vio. Y vio a su tío. Y observó cómo le se agachaba junto a él y ponían la hora adecuada. Estampa cerrada junto al Palacio de la Condesa de Lebrija. Una sonrisa y la vuelta a casa. Mano en las marchas. Tercera, cuarta y quinta. Las postrimerías de la tarde teñían de rojo anaranjado el nacimiento de la noche. Llegada a casa. Aquel niño no olvidaría jamás esa tarde. Aquel niño, que ahora era hombre, cerraba con fuerza la mano. En ella, el reloj de la calle Cuna había vuelto atrás. Proyectaba imágenes en la pared del oscuro desván. Fuera la lluvia seguía tamborileando. Y de pronto saltó la imagen. De nuevo oscuridad. Silencio. Solo llueve. Un golpe rítmico.


A tientas buscó el cofre que había abierto. Sus ojos se fueron adaptando de nuevo a la ausencia de luz. Seguía lloviendo. Se ciñó el reloj en la muñeca y comenzó a rebuscar en el fondo de la memoria. Había más cosas. El cofre contenía más estampas inolvidables. Una sucesión de imágenes grabadas a fuego. Y entonces ya todo fue un desfilar de recuerdos. Y allí encontró el costal. Y la faja. Una visión de las tardes del Sábado Santo. Una llaga bajo la morcilla. Entrando a la derecha. Imágenes en blanco y negro de un cuarto de soltero. Aquel pasillo largo. Pesas y halterofilia. Seguía lloviendo. Tras remover varias postales del pasado apareció la caja. En un rincón. Casi en fianchetto. Como él le había enseñado. Le pasó la mano por encima y la acarició. Recordaba ese regalo. Justo debajo reposaba el tablero. Cuadros blanquinegros. Cogió aquella caja y la observó detenidamente. La posó en su regazo mientras se dejaba llevar por el momento que se la dio. El polvo la había cubierto. Le pasó la mano por encima para quitarle la fina capa del tiempo. Estaba como el primer día. Deslizó la tapadera hacia atrás y dejó ver el interior. Dos ejércitos se apiñaban como balas de cañón. Jinetes, soldados, obispos, torres, reinas y reyes. Todos esperando que se librara la batalla. Inmortales al paso del tiempo. Su primer ajedrez. Sonrió. Una sonrisa algo melancólica. Volvió a cerrar la caja y esperó unos segundos. Inmóvil. Recordando. Tan sólo él y la lluvia. Su respiración y el repiqueteo incansable del agua. Colocó la caja donde estaba. Observó de nuevo el reloj, ceñido ahora sobre su muñeca. De pronto un sonido agudo. La tenue luz que quedaba titilaba. Se asfixiaba. El sonido comenzó a ser más fuerte. Se acercaba. Miró a un lado y otro. El desván comenzaba a moverse. Comenzaba a deshacerse. El ruido se hacía ensordecedor. Avanzaba. Lo rodeaba. Ya no se escuchaba llover. Las paredes se habían desvanecido. Los baúles y cofres se volatilizaban. Se llevó su mano rápidamente a la muñeca. Todo estaba ocurriendo en cuestión de segundos. Lo que dura un suspiro contenido. Había desaparecido todo. Solo persistía ese agudo sonido. Asió con fuerza el reloj y lo miró. Entonces la imagen se borró y desapareció.



Abrió los ojos. El despertador no dejaba de sonar. Alargó la mano sin control. Dando palmetazos de un lado a otro. En su camino dejó caer varias cosas de la mesita de noche. Caídas diarias en el recorrido matutino. Al fin el despertador. Se acabó. Ya no suena más. Se incorporó aturdido. Recordaba el sueño del desván. Era curioso, pues él no tenía desván. Había sido un paseo retrospectivo. Estampas salteadas con el presente. Y el reloj. Ese reloj. Aún medio dormido pasó la mano por los tiradores de la mesita. Llegó al tercer cajón y tiró de él. Palpó en su interior y sacó aquel regalo de su infancia. Sacó toda una tarde inolvidable en la calle Sierpes. Sonrió. Era temprano. Volvió a guardar el reloj y se levantó. Cuando el sol se estiraba en el este, descolgó el teléfono y marcó:
- Buenos días Tato... ¿cuándo vamos a ir al centro?


Para mi querido Tato...

miércoles, 16 de abril de 2008

Cuidado con los deseos...

Hay que tener cuidado con lo que uno desea, pues se le puede volver en su contra...



¿Qué le pediríais a esta fuente de los deseos que todo lo concede?

lunes, 14 de abril de 2008

La Reina Mora Sevillana


“Doctor Livingstone, supongo”, Henry Stanley en 1871, tras encontrar al desaparecido doctor David Livingstone en el lago Tanganica

Hay días que todo surge como un guión perfectamente desarrollado. Como si todo siguiera un cauce. Un curso escrito con letras de fuego en el camino del destino. Los elementos se relacionan entre sí formando un entresijo de sucesos marcados y pautados. Y entonces, cuando llegas a casa por la noche, en la cama, haces balance. Y es cuando te das cuenta que todo ha salido a pedir de boca. Que no te planteabas nada y que surgió así. El mejor día.

Jueves de Feria. Realizaba una entrada sobre el agua que caía del cielo. No paraba de llover. Intermitente en esta ocasión, eso sí. Las nubes se arremolinaban o dispersaban en segundos, haciendo oscilar la opinión entre un monzón o la calma tan esperada y ansiada. Lo había pensado: hoy iría a la Feria. Todo parecía que terminaría en buen puerto, pues el día no era igual a otros. La esperanza se aferraba con fuerza a una jornada, o media tal vez, despejada. Quizás fuéramos nosotros mismos los que nos acogíamos a la esperanza. Llegaron las seis. Hora prevista de la salida. Restalla el cielo. Un solo crujir. Apenas un sonido sordo y ronco que anuncia tormenta. Negros nubarrones presagian agua. Llueve. Se reúne el Cabildo. Se atrasa la salida. De momento media hora. Si la situación no mejora, serán sesenta minutos. Si después de este periodo no amainaba, servidor dejaría para el viernes la visita al Real. Pero cuando parecía que iba a quedarme viendo al Getafe, el último chaparrón, ese que nos había hecho retrasar la hora de salida, se despedía. Aparecen las dudas. Me pregunto a mí mismo. Mis amigos ya están en la Feria. ¿Salgo?. ¡Vámonos!. Ese mismo día, cuando ya la noche era madrugada y metido en la cama, haciendo balance del día, me alegraría enormemente de la decisión tomada.


El mundo es un pañuelo, y a veces, como en esta ocasión, reconforta saberlo. La noche ya había hecho presencia en la Feria. Su manto es menos oscuro bajo las luces del Real. Me encamino con prisa hacia la caseta. Llego tarde. Mesa larga. O varias mesas. Saludo. Me siento. Mis amigos. Alguien más en el extremo opuesto. Nadie me presenta. Espero. Respiro y descanso después de la caminata a toda prisa. Me fijo en ella. Intento recordar. Mientras, se pide algo de comer. Se desvía la atención. Pasa el tiempo. Saciada el hambre y la sed. Aunque la sed en Feria no tiene porqué aparecer para beber. Ahora sí. La calma llega. Vuelvo a mirarla. Conozco esa mirada. Conozco esa sonrisa. Le protesto a mi amigo Capitán Planeta, sentado junto a mí: ni me habéis presentao ni ná. Me disponía a levantarme para auto presentarme cuando me frené en seco. A media levantá. A pulso aliviao. Me senté de nuevo. Un cosquilleo apareció de pronto. Un gesto. Es ella. Tenía que serlo. Sólo me faltaban algunas pistas para corroborar mi hipótesis. No sería la primera vez que me dejo llevar por un impulso y me quedo en ridículo ante una negativa. “No, no soy yo”, resonaba el eco de la memoria en mi cabeza. La mala experiencia me hace asegurarme. Me informo antes. Un par de preguntas. Y un nombre... Es ella. No me lo puedo creer. Estaba compartiendo mesa con la Reina Mora Sevillana. Ahora sí, me levanté cómo si estuviera frente al palquillo de la Campana y un impulso atado con nervios de cartón se activó como un resorte: “¡Tú eres María_Azahar!” exclamé con ilusión y alegría sin esperar una respuesta negativa. Sin darme tiempo para decir quién era yo, el Capitán Planeta tiró de la sábana del anonimato antes: “¡Éste es el aguaó!”. Ella sonrió. Esa sonrisa que tantas veces había visto en su perfil. No fue antes. Ni después. Fue justo en ese momento cuando me recordó a la escena de Henry Stanley.

“María_Azahar, supongo”, la frase se escuchó en mi cabeza recordando las clases de Historia del instituto. A diferencia de Stanley, yo no había descubierto a una persona. Había descubierto dos detalles básicos: teníamos amigos en común y todo lo que se deja entrever en su blog es cierto, y Charo es inteligente, interesante, guapa y, sobre todo, una gran persona. Me vi envuelto en una agradable conversación que parecía había tenido tiempo atrás. Era como si nos conociéramos de antes. Ante mí tenía el mismísimo Renacimiento escrito, la nazarena de la Sagrada Lanzada, la Reina Mora Sevillana, la Astarté cibernética, aquella María que se perfumaba con Azahar mientras nos deleitaba con su buen hacer literario. Se había cumplido aquel encuentro misterioso en la calle Trajano que no se pudo llevar a cabo en este Miércoles Santo pasado, dónde la lluvia no respetó. La Virgen de Guía hizo presencia, El Buen Fin de la Madre de Dios apareció, y un Cristo Muerto pasó de unas manos a otras, herido por una Sagrada Lanzada. El bellísimo gesto de toda una Reina Mora que cumplía así su promesa para con un viejo y humilde aguaó.

Tres días. Apenas 12 horas entre los tres. Jueves, viernes y sábado. Lluvia, aire, rebujito, sol, nubes, gitanas, croquetas, noche, luz, montaito, portada, claveles, adobo, zotal, caballos, yogurtera, “¡no funciona el móvil!”, jamoncito, más rebujito, el cani, lanzadera, sevillanas, Feria de Abril. Si tengo que elegir un día, el Jueves de Feria. Si tengo que elegir un momento, cuando conocí a Charo atando cabos, como ella me dijo, a lo Hércules Poirot... ¿Y vuesas mercedes?, ¿cómo ha ido la Feria?, ¿qué día ha sido el mejor?, ¿os acogió Baco entre sus brazos y los efluvios del alcohol os conquistaron?, ¿con qué momento os quedáis?, ¿conocéis a Charo?, si no la conocéis... os recomiendo que lo hagáis y os dejéis llevar por la amabilidad y el buen hacer de esta gran Reina Mora y que os perdáis entre sus textos del Renacimiento. Echaos un trago antes de emprender camino...

jueves, 10 de abril de 2008

H2O: altamente inoportuna


Igual que la nitroglicerina es altamente inestable, el H2O, popularmente conocido como agua, agüita o líquido elemento, es altamente inoportuna. Cuando este elemento se relaciona con un tipo llamado Murphy, inventor de una serie de teorías muy curiosas y provocativas, nos encontramos situaciones que ponen a prueba la capacidad de aguante y paciencia de más de uno. La irritabilidad crece y las maldiciones y blasfemias campan a sus anchas por el aire. El agua no ha dejado de ir a la Feria desde el Lunes del Alumbrao. Y quizás por ese motivo, por ausentarse cuando encendieron la portada, ha querido estar presente durante todo lo que llevamos de semana. Además se ha traído a un coleguita suyo, Eolo, que se lo pasa pipa levantando las faldas de las casetas y desfondando los paraguas, pero es un porculero de dos pares...

Ante este panorama, empezamos a pensar que San Pedro nos quiere gastar una broma pesada. Tan pesada como miles de litros de agua. O nos amparamos en su buena intención, y manejamos otra posibilidad, como nuestro amigo Nefer, que empieza a preguntarse “San Pedro miarma, qué quieres ¿qué ahorremos?”. Aunque no creo que los propietarios de las atracciones piensen lo mismo. Y frases hay de todo tipo. “Esto es mu bueno p’al campo”, claro que sí, pero regularmente, no sólo en las Fiestas de Primavera de Sevilla. Algunos son optimistas, como Marvizón, que se condenó al hacer un comentario que el amigo Moe ha clasificado como la frase de la semana: “Esto es un chirimiri de ná”. Efectivamente Julio, un chirimiri de ná que va pa’ cuatro días sin parar. Y es que el agua no deja de caer. En el Charco de la Pava no hay coches ni lanzaderas. Al parecer todo está lleno de animales y hay aparcado un gran barco cuyo dueño, dicen, es un tipo con barbas.


Sea de una forma u otra, el agua transformada en lluvia, se ha convertido en un elemento altamente inoportuno. Podemos poner varios ejemplos que corroboran mi opinión. En Semana Santa por todos es conocido que llueve siempre, aunque no haya llovido en dos meses. La Feria siempre se moja. No hay ni un año que los farolillos no tengan agua, pero es que este año, el agua es el que tiene farolillos. Pero ahí no queda la cosa. Si vas a lavar el coche, justo cuando acabas de secarlo y te pones en camino, las nubes confabulan entre ellas y se cierran. Entonces te das cuenta que acabas de gastar tu tiempo y dinero para nada. Incluso han hecho un estudio científico, que luego ha dado pie a un anuncio. Consultas el parte meteorológico. José Antonio Maldonado, Julio Marvizón o Mario Picazo, que por aquí abajo se le conoce por ser un gran pintor, y todos coinciden: este sábado no llueve. Muy bien. Lo preparas todo con tus amigos. Todo está listo. Viernes por la noche. Toda la bebida y la carne comprada. Todos los elementos preparados. Amanece el sábado y te asomas a la ventana. Dudas si tienes pegados los ojos con la típica telita blanca de recién levantado, o lo que cae es una manta de agua del quince que provoca la suspensión inminente e inmediata de la barbacoa que estaba prevista. Ese día, y los tres siguientes, tus desayunos, almuerzos y cenas serán a base de pinchitos, chuletas y chistorras. Al menos, cuando llegue el partido del domingo tienes algo que meter en el bocadillo para el descanso. No hay problemas. El domingo no llueve. Te enfundas la camiseta de tu equipo, bufanda anudada a la muñeca y bocata en ristre. Llegas como siempre, con media horita de antelación. Y justo antes del pitido inicial no te lo crees. Empieza a llover. Hoy no vas a comprar nada de beber. Bocata con agua. Como los dos protagonistas de este vídeo.


Y es que el agua es así, inoportuna. No siempre aciertan los meteorólogos. Aunque escuché una frase a una mujer el Sábado Santo que ha acertado plenamente: “y ya no lloverá más hasta el Lunes del Alumbrao”. Y así fue.

¿Qué piensan vuesas mercedes?, ¿es altamente inoportuna el agua?, ¿les ha llovido justo después de lavar el coche o durante una barbacoa?, ¿hicieron bien los protagonistas del vídeo en llevarse un bocadillo de atún?, ¿qué más casos conocéis de inoportunidad acuática?, ¿qué soluciones proponéis para ir a la Feria con este temporal? ...quizás esta entrada no sea la más adecuada para finalizar ofreciendo un trago de refrescante agua, por eso esta vez, y sin que sirva de precedente, os invito a un trago de manzanilla o rebujito. Así pues... echaos un trago.

lunes, 7 de abril de 2008

Laura: Flor de Luna



Y los pétalos se abrieron y la música comenzó a sonar.

Esos ojitos...

La belleza de la flor traía la luz

Y todo se llenó de ella

La melodía sonaba mientras su pequeño rostro sonreía al mundo

Una nueva sevillana

Delicadeza de la Flor de Luna



boomp3.com


Para Laura...

viernes, 4 de abril de 2008

Don Anselmo no huele a Feria

- ¡Ya huele a Feria don Anselmo!
La frase resonó en sus oídos. Le pegó un tiento al vino tinto y volvió a recostarse sobre la barra. Suspiró atrapado en un halo de recuerdos estampados en su memoria. A don Anselmo el olor a azahar le traía la melancolía. Para él, que seguía quemando incienso en su casa, la Semana Santa se había tomado un descanso de un año, pero volvería en forma de vísperas cuando pasaran un par de semanas. Pero ahora... ahora venía la Feria de Abril. Y el camarero, su amigo Antoñito, se lo recordaba con una sonrisa en los labios. Sorna patente que se dibujaba en una sonrisa socarrona y una mirada aguda, y también cejuda, que Antoñito no era muy amigo de la estética facial y coleccionaba gatos allí donde termina la frente y comienzan los ojos.



- ¡Eso, eso!, ya huele a Feria don Anselmo – esta vez la voz venía de un extremo de la barra, donde Manolo, apodado ‘el Cabrillas’, dejó escapar una sonrisilla aguda y nerviosa, que desvelaba un hilo de ansiedad ante la reacción que pudiera tener el bueno de don Anselmo. El gesto de Manolo era pura provocación. Fue tornero en la desaparecida ISA, donde había trabajado desde los catorce años hasta su jubilación. Pero nada tenía que ver su oficio con su apodo. ‘El Cabrillas’ siempre iba con gorra. Una gorra azul eléctrico como la túnica de El Baratillo, que diría don Anselmo, y su mote no tenía nada que ver con el trabajo desempeñado a lo largo de su vida. Sobre eso había sus opiniones en el barrio. Algunos decían que antes de que su cabeza se convirtiera en un solar, tenía unos rizos que más que caracoles eran cabrillas. Otros que en una ocasión fue al campo a recolectar estos animalitos y que vino cargado de ellos, pero en lugar de ir directamente para su casa, se paró en el bar, algo muy usual en Manolo, con lo cual hizo literal aquella expresión de “te van a salir cabrillas”. Y eso ocurrió. El bar se llenó de moluscos gasterópodos ante la atónita mirada de los allí congregados, el mosqueo de Antoñito y el sudor de Manolo intentando recoger, a toda prisa, conchas y cuernos. Y precisamente por cuernos, que no lo son, que son ojos, se le apodaba a Manolo ‘el Cabrillas’, pues al parecer, su mujer no llevaba muy bien el Mandamiento que aconsejaba no cometer adulterio. Sea de una forma u otra, o tal vez de todas ellas a la vez, le apodaban ‘el Cabrillas’, y era algo que aceptaba. Con resignación al principio, pero después con guasa. Sin embargo sus amigos le llamaban Manolo. Don Anselmo le sonrió, embarcado en un nuevo sorbo de vino, mientras recordaba la historia de ‘el Cabrillas’. A Manolo no le gustó esa sonrisa. Mudó el gesto rápidamente, pues pareció leer en aquel gesto el recuerdo de su sobrenombre. Casi sin quererlo, en su cabeza sonó aquella antigua canción cuyo estribillo hablaba de un venao con cuernos maritales. Son rumores, son rumores, pensó...


- ¿No piensas ir a la Feria don Anselmo? – la pregunta, entremezclando el tuteo amistoso y el don, era lanzada por otro habitual del bar del barrio. Paco el lechero. Todo el mundo conocía a Paco. Enjuto y delgado como La Canina de San Gregorio, fue el lechero del barrio cuando las fotografías se llamaban retratos y las cámaras de fotos, cámaras de retratar. Nieto e hijo de lecheros, con la llegada de los tiempos modernos se perdió su oficio. Las vacas ya no se ordeñaban a mano, sino a máquina. Paco estaba considerado el cantaor del barrio, por su afición al flamenco - ¡¡venga don Anselmo!!, si ya huele a Feria – pero a don Anselmo le seguía oliendo más a incienso que a Zotal. El azahar era su perfume matutino. A media tarde caía una torrija. Y seguía escuchando marchas de cornetas y tambores por la tarde, y en la cama, cuando la barriga se convertía en bombo del bingo para dar vueltas al pescaíto de la cena, se colocaba los cascos y se perdía en los sones de Tejera. En la boda de don Anselmo no sonó la marcha nupcial cuando entró al banquete, sonó Pasan Los Campanilleros. Y esto era un detalle que conocía todo el barrio. Y él era así... más capillita que feriante. Iría a la Feria. Por compromisos, más semejantes a contratos que a invitaciones. Gran tortura manque le pesara, porque no era su fuerte. La risa chirriante de Manolo ‘el Cabrillas’ se dejó sentir, de la misma forma que chillan los neumáticos al pisar la cera. Algo se cocía tras la barra. La risa de ‘el Cabrillas’ era como los ciriales que giran en una esquina. Presagiaba algo. Por el rabillo del ojo observó como Antoñito se movía rápidamente. Cual San Pancracio en la tienda de ultramarinos del barrio, su mano sostenía un objeto circular que ensartaba con el dedo índice. Giró sobre sí mismo como un niño Seise y se puso ante la mini cadena. Don Anselmo se olía algo. Y no era el agrio olor corporal de ‘el Cabrillas’. Entonces Antoñito se dio la vuelta. Bosque frondoso en su mirada de chanza, sonrisa abierta como un damero blanquinegro, patillas pobladas que se arqueaban sobre los mofletes, todo un homenaje a Curro Jiménez, y carrillada desplegada cual corneta de la Banda del Sol. Lo que empezó a sonar después, era una mezcla de rock con sevillanas.

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Antoñito se reía a mandíbula batiente. Sonaban Los Mojinos Escozios, uno de los grupos que había descubierto el camarero meses atrás. Sacando una manzanilla y varias copas, los amigos se arremolinaron en la barra como niños buscando cera entre nazarenos. ‘El Cabrillas’ adquirió su copa con rápida presteza, como si estuviera cogiendo coquinas en la playa, seguido de Paco el lechero y don Benito, el doctor Liendre. Don Anselmo observó al último. Don Benito era viejo. Un señor mayor que parecía ser una columna del bar. No se sabía exactamente qué edad tenía. Manolo siempre decía que tenía tres años menos que el Giraldillo. Siempre estaba allí. Quizás Antoñito lo dejaba dentro cuando cerraba. Todos en el barrio conocían a don Benito, aunque muy pocos lo llamaban así. Todos se referían a él como el doctor Liendre, “el que de mucho sabe y de poco entiende”. Don Benito decía que había estudiado. Algunas ocasiones hablaba de que su carrera era de letras e idiomas, otras veces explicaba su experiencia cuando estudió en la Universidad alguna licenciatura de números. Don Benito, realmente, había estudiado en la Universidad de la calle, dónde las lecciones se aprenden de muchas formas distintas. Pero don Anselmo, uno de los pocos que lo trataban con respeto, le tenía mucho cariño y sabía que era una persona inteligente y culta, aunque era muy probable que no hubiera estudiado nada. Se sirvió la manzanilla y levantaron las copas. Don Anselmo sonreía ante las miradas socarronas de sus amigos. Se sentía algo presionado. Algo atosigado. Agobiado como un capataz con los cangrejeros. Pero levantó su copa y brindó con los demás. Eran sus amigos y las bromas estaban presentes. Todos a una bebieron la manzanilla como costaleros sedientos de chicotá. Antoñito se volvió y puso otra sevillana. Un cambio que don Anselmo agradeció. Antoñito le guiñó el ojo. Sabía que la nueva sevillana le encantaba.

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- Bueno... al fin y al cabo, la Feria está a la vuerta de la esquina – se resignó don Anselmo – habrá que ir. Aunque el azahar despiste señores, que uno tiene todavía el ritmo de cornetas y tambores. Este año... dicen que las luces se apagan a las dos... ¿es cierto?
- Cierto es don Anselmo. Eso será pa’horrá – espetó Manolo.
- O pa’ ahuyentá a los canis – replicó Paco el lechero
- ¡Canis ya hay por tos laos! – protestó Manolo.
- No... Cani sólo hay uno y juega en el Villarreal – la carcajada que acompañó al chiste de Antoñito era la suya propia, pues a los congregados no hizo gracia el chiste. Tosió, provocado por la risa, y se sirvió otro trago de manzanilla, mientras su cabeza empezaba a tomar un tono de pimiento morrón, similar a un farolillo.
- Antoñito miarma, pon un poquito de altramuse, aseituna o argo hijo, que con la mansanilla sola me va a tené que dá la llave del cuarto de baño de señoras. Anda no seas rácano, que tienes menoh detalleh que un bañadó Meyba – protestó el lechero.
- Po ya tas equivocao listo... ¿la mansanilla entonse que é?, ¿agua susia o Listerine amarillo? – respondió Antoñito, que sacó unas avellanas y altramuces.
- El cani ya se está convirtiendo en un elemento más de la Feria – comentó don Anselmo volviendo al tema – ¿es cani no?
- Sí señor. Es cani. Aunque la palabra no viene en el diccionario – dijo Paco el lechero antes de endosarse otro lingotazo de manzanilla y coger un par de altramuces.
- En realidad la palabra cani debe proceder de chabacano o chabacana, cuyo significado es sin arte o grosero y de mal gusto. Con el tiempo, se habrá ido deteriorando y metamorfoseando en cano, canorro o cani. Por eso a ellos, que los llamen cani, no les sienta muy bien – respondió perfectamente don Benito, el docto Liendre.
- Ya habló el universitario... – dijo con sorna y burla Manolo.
- ¿Tú lo sabíah Cabrillas? – preguntó Antoñito en tono de reproche.
- No que no lo sabía. Yo sé cómo van vestíos. Aunque no son los mismos en Semana Santa que en Feria – dijo ‘el Cabrillas’, haciéndose el entendido.
- ¿No son los mismos? – preguntó con interés don Anselmo.
- O sí. Pero hay diferensias. Y unah cuantah. El traje blanco pal Domingo de Ramos, la camisita negra pal Alumbrao. El pograma en Semana Santa, la maseta de rebujito en Feria. De “¿quillo tiene una estampita?” a “¿quillo tiene un sigarro?”... – así andaba Manolo, desgranando las diferencias, y las avellanas, cuando le interrumpió Paco el lechero cantando.
- “...va Jessi la poligonera presumiendo por la calle, con su flor en la pechera y un mantón cruzao al talle bajo un cielo de farolillos que va cubriendo la calle y observar atónitos como la Yeni y la Vanesa ya están bailando, y cantando una por tientos y la otra por tangos...”
- ¡Olé ahí que arte! – gritó entre risas Antoñito.
- ¡Qué manera de cargarse unas sevillanas tan bonita de loh Amigos de Gine hijo! – dijo con mala cara Manolo.
- Entonces... ¿hay diferencias entre los canis de Semana Santa y los canis de la Feria? – preguntó don Anselmo. Don Benito levantó la copa, comenzando el gesto de hacer un brindis, y se volvió al lector que ahora mismo lee esta entrada diciéndole:
- ¿Vuesa merced qué opina?