miércoles, 30 de julio de 2008

Vacaciones

Blanco. Blanco como un antifaz de la Amargura. Así se quedó don Anselmo cuando vio el maletero. Era la una de la tarde y seguía llevando cosas al coche. Puso los ojos en blanco y miró al cielo. Parecía buscar alguna respuesta en la inmensa bóveda azul. Pero no encontró nada. Se escuchó una voz aguda que salía de su espalda. Allí estaba su querida suegra. Parecía pintada en el decorado de la calle. Pero su barrio no era muy aficionado a las pinturas rupestres. Aquella mirada quemaba a don Anselmo. Más incluso que el impertinente sol, que azotaba con furia su cabeza, libre de malas hierbas allí donde la coronilla debía recibir el nombre de remolino. Su querida suegra, Manolita, aparecía a sus espaldas con una señora maleta y un batiburrillo de bolsas y macutitos varios que harían las delicias de perros registradores. Pero no iban a ningún aeropuerto. Don Anselmo resopló. El calor seguía apretando las tuercas de su cabeza y cada vez se le escapaba más sudor. Y quizás más paciencia. Echó un nuevo vistazo al maletero, abierto de par en par y totalmente acolapsao, como la Palmera. No cabía nada más. Tragó saliva el pobre de don Anselmo. Allí estaba él, frente a su viejo coche, bañado en sudor, literalmente, con la camisa abierta más de la cuenta, los pantalones medio caídos por el esfuerzo, como Cantinflas, resoplando aquí y allá, sosteniendo en cada mano una mochila y totalmente abatido. Justamente detrás, su querida suegra, quejándose por la demora de reacción de su yerno y por el tremendísimo desorden que reinaba en el maletero del coche.


Don Anselmo se volvió y le pidió una pequeña tregua a su querida suegra. La mirada del pobre hombre era de clemencia. Casi de súplica. Manolita suspiró y dejó escapar un desde luego. Con el murmullo incesante de la madre de su mujer a la espalda, dejó las mochilas en el suelo y contempló el maletero reflexionando. Estaba todo como tenía que estar. Don Anselmo, amante de los crucigramas y los autodefinidos, había calculado perfectamente cada rincón del habitáculo de su coche. Ya no cabía nada más. Todos los años es lo mismo, y nos vamos un mes... ¡¡un mes!!, pensó. Miró en el asiento de atrás y vio que la mitad ya estaba invadida por una serie de elementos prescindibles en las vacaciones para cualquier persona, pero no para su querida mujer. Su Anita, cabezona como ella sola. Menos mal que los niños ya son mayores van por sus propios medios, pensó don Anselmo, observando el ridículo espacio que quedaba para Manolita, la cual montaría en cólera cuando lo viera. Se volvió y le cogió a su querida suegra la señora maleta. El recortado soplido que le salió de su boca era producto del esfuerzo, pues el peso de aquel equipaje comprimido era similar a cuatro bocinas de hermandad con solera. Puso lo que parecía el arcón familiar en el asiento de atrás y se dio cuenta que doña Manuela iba a disfrutar de una ligera brisa todo el camino, pues cobraba fuerza la posibilidad de ir sobre el techo. Allí no cabía nada más. El pobre don Anselmo sudaba. El calor que no dejaba de apretar. Y para colmo, con agravio y sorna, una mosca decidió tensar aún más las cuerdas de la paciencia. Calor, sudor, maletero completo, bolsas, mochilas, señora maleta y dos moscas cojoneras: la que volaba sobre su cara y su querida suegra, que no dejaba de quejarse por la disposición de los elementos vacacionales en el coche. Tras disponer el maletón de una forma imposible, como aquella pieza de puzle que no quiere encajar, quedaban el par de mochilas, que hacían sombra en el suelo, y el batiburrillo de bolsas y macutitos de Manolita, que esperaba con un murmullo eterno, como ese transistor que se deja encendido por la noche. Miradas de un lado a otro. Esto tiene que caber aquí. Cuentas y sumas. Ecuaciones y raíces cuadradas. Don Anselmo medía con cuartas de su mano los pocos huecos que iban quedando. ¿Po no sale San Esteban to’ los años?, y parece que no cabe... ese palio... perilla a perilla. Así estaba el pobre de don Anselmo, sonriendo con la cara de bobalicón perdido en la tarde de un Martes Santo, sin escuchar los improperios de su querida suegra, cuando la vio aparecer. Su alma al suelo. Tragó saliva. ¡Más sudor!, parecía que decía su cabeza, simulando aquella frase de los Hermanos Marx, pero con un ligero cambio. Llegaba su querida mujer. Anita aparecía con otra maleta... ¡otra maleta!, una mochila más y la sombrilla, ¡coño la sombrilla, es verdad!. Tenía ganas de llorar. Desesperación. Abatimiento. Y para rematar la faena, Manolita se dejaba caer con un... anda, ahí viene Anita, y ¡fite como viene!, si hubieras puesto las cosas del maletero como te dije to cabría. No podía más. Tres mochilas, bolsas, macutitos y la sombrilla. Pero... ¿dónde iba a meter todo eso?, el coche parecía un palio recargado en exceso de exorno floral. Se dirigió a su querida suegra y le cogió las bolsas y macutitos. Había visto un hueco rigurosamente medido entre un espacio que parecía no existía. Pero allí estaba. Tapando el único resquicio libre de bártulos. Macutitos pegados al techo en la zona de atrás, adiós visión de la luna trasera, mochilas justo detrás del cabecero, poca calor iba a tener en el cogote, que ya de por sí babeaba como si tuviera una boca en la nuca, y por último, las bolsas. No sabía que tenían, pero tampoco le importaba. Las apretó con todas sus fuerzas entre el sillón y la zona para poner los pies del asiento de atrás. Una sonora protesta emergió tras don Anselmo. Su querida suegra gritaba impertinencias e improperios con la rapidez que un contraguía rectifica la trasera de un Misterio. Entonces se volvió y la vio. Manolita aparecía libre de cosas, pero en su cintura tenía una riñonera. Esa imagen le golpeó en su cabeza. Y detrás, su mujer con la sombrilla en la mano. Sudor. Calor. Moscas. Gritos. Calor. Más calor. Más sudor.


Y algo se movió dentro de su cabeza. Don Anselmo empezó a reír. No podía parar de reír. Tenía ganas de perderse entre carcajadas. Y era eso lo que hacía. Risas y risas mientras su querida suegra se enfurecía más y le pedía explicaciones a su hija. De pronto, el pobre hombre comenzó a moverse con rapidez. Parecía que ya no tenía calor. Sudaba, pero no le importaba. Tan sólo reía. Su mirada perdida. Mirada de loco. Cogió la maleta de su mujer, de su Anita, la llevaría delante... ¿por qué?, porque no había más sitio material. Imposible. Y ¿la sombrilla?, miró dentro del coche, donde Manolita ya se había sentado en el único rincón libre que quedaba, protestando, claro está, por la falta de oxígeno. En su airada reclamación de más espacio, golpeó las mochilas y una montaña de cosas cayó encima de ella. Don Anselmo reía. No podía evitarlo. Reía una y otra vez. Risas y risas. No escuchaba nada. Manolita aparecía cubierta de cosas, pero en lugar de ayudarla, don Anselmo le colocó la sombrilla en sus pies y apoyada en la puerta. Risas. Su querida suegra no estaba mal, solo más estrecha que antes de su protesta. Más risas. Anita se sentó delante y cerró la puerta. No dijo nada más. Don Anselmo cerró el maletero. Todas sus sospechas se cumplieron... no cerraba. Más risas. ¿Locura?, tal vez. Loco. Un mes... un mes en la playa y se llevaban toda la casa. De locos. Faltaban el somier y el romi, pero por lo demás, estaba todo. Cogió la cuerda de la sombrilla y ató como pudo la puerta del maletero. Sin parar de reír, y bronceado con un brillo de sudor se sentó en el coche. Calor. Sofocante calor. Puso la radio, aún de casete, y buscó una cinta. La puso y comenzó a relajarse cuando sonó. Evidentemente, su querida suegra soltó un comentario sobre lo inapropiado de la banda sonora que les acompañaría durante el viaje, pero don Anselmo no la escuchó. Se dejó perder en el sonido que salía de detrás de todos los bártulos que rodeaban la visibilidad interior de su coche. Se dejó perder en aquella marcha que le llevaba a esa Semana. Sonaba Virgen del Valle. Arrancó y por fin comenzaron a moverse. Eran las dos de la tarde y el pobre hombre echó un último vistazo a su casa. Al salir de su calle vio una persona ataviada de una forma extraña. Parecía que tenía ropa de otro siglo. Su mujer, su querida Anita, dijo que quizás fuera a una obra de teatro, pero que no comprendía por qué cargaba el coche con cántaras para el agua. Su marido le dijo que quizás fuera un aguador. O un aguaó. Y el caso es que, al bueno de don Anselmo, le sonaba mucho su cara.


Y ese humilde aguaó, un servidor que os escribe, carga sus cántaras en el coche para marcharse de vacaciones. Para recargar energías. Para leer. Para disfrutar y relajarse con su familia y amigos. Si todo va bien, estaré el mes de agosto perdido en una Isla con nombre de regente, así pues, me pasaré por un chiringuito que monta un famoso Tabernero, desde el cual podré visitar vuestros blogs de vez en cuando, aunque no sé si realizaré entradas o no.

Antes de marcharme quiero daros las gracias, una vez más, por estar ahí y conseguir que este humilde rincón avance y se haga más grande con vuestra presencia y comentarios. Gracias a los amigos anónimos que leen en silencio y no se atreven a comentar, a los que leen y luego me llaman, y por supuesto, a todos aquellos que me leéis, me dejáis un comentario y hacéis posible que mi motivación crezca y continúe adelante.


Precisamente gracias a todos vosotros, y a mi amigo Híspalis en especial, he tenido la oportunidad de ser entrevistado en el programa “Protagonistas Sevilla”, de Punto Radio, el lunes 28 de julio, dirigido por Fernando García Haldón y Teresa Puig, a los que desde aquí les agradezco su atención y su exquisito trato, pues es todo un honor para mí que se hayan fijado en mi blog para su programa. Gracias a vuestros comentarios, motivación y ánimos constantes, este blog sigue adelante y fue posible esta entrevista:

boomp3.com

Un fuerte abrazo a todos, y una vez más... gracias, de todo corazón.

Vuestro amigo Ramsés.

Gracias a
Er Tato por la grabación de la entrevista y al grandísimo Forges por sus viñetas.

viernes, 25 de julio de 2008

El rostro del pintor

"Esa fiera Gorgona y cruel a la que horriblemente colúmenes viperinos dan escuálida pompa, y espantosa tiene la crin" – Giovanni Battista Marino, 1613


Sudaba. Tenía la frente empapada. Su corazón bombeaba sangre con fuerza. Atrapado en su propio destino, avanzaba prudentemente. No se encontraba cerca de su tierra. No se encontraba en ningún lugar conocido. Allí sólo había oscuridad. Casi el fin del mundo. No lejos del reino de los muertos. Al Occidente Extremo. Un cavernoso hogar para tres monstruos. Una gran boca de piedra que daba la bienvenida a una profunda garganta oscura. Fauces de la muerte que recibían a todos aquellos que querían morir. Tres horribles hermanas, pero sólo una de ellas mortal. Se desplazaba con sigilo en el interior de aquel espeso lienzo de tinieblas. La vista se adaptaba como podía. Haces de luz repartidos por un angosto recorrido iluminaban con luz titilante pequeños retazos de aquel horrible agujero. Se acercó con mucho sigilo envuelto en penumbras. No se veía nada. Su corazón iba a estallar. En sus sienes sentía un martilleo profundo que se confundía con su agitada respiración. Un ruido. Los ojos se abren de par en par. Poca luz. Agarró con fuerza su espada y levantó el escudo. Un escudo pulido con esmero y conciencia. Tan brillante que reflejaba la realidad. Y esa era su intención. La poca luz del tenebroso lugar dejó ver miembros petrificados. Un brazo. Una pierna. Una cabeza cuyo rostro había quedado atrapado en un grito de terror. Llegó al final del angosto pasillo cavernoso y se abrió una galería con varias columnas. Poco más se podía ver. Un nuevo ruido. Los músculos se tensaron. El sudor brotaba a borbotones y caía en surcos interminables por su cuello. La mirada iba de un lado a otro. Pupilas dilatadas. Escudo en alto. Espada presta. Pegó su espalda a una de las columnas. Silencio. Nada. Un fortísimo silencio que helaba su sangre. Avanzó con paso inseguro sin hacer ruido hasta la próxima columna. Quietud. Silencio y calma. Una calma similar a la que antecede una tormenta. No se escucha nada. Tan sólo el corazón tamborilea en su pecho. Un siseo aceitoso cruza la galería. Denso y agudo a la vez. Levantó la espada y ocultó su rostro tras el escudo. Comenzó a mirar a través de él. Algo se arrastraba. Su corazón martilleaba con fuerza. El sudor no dejaba de empaparle. Un penetrante escalofrío recorrió su espalda. Algo se acercaba. Tragó saliva y abrió más los ojos. El ruido venía de la penumbra interior. De aquella garganta interminable de sombras y noche. No se veía nada. Tensión. Espera. Un nuevo siseo. La sangre golpea con fuerza sus sienes. Levanta el escudo y empieza a contemplar aquello que se acerca por su espalda. De nuevo silencio. Un olor nauseabundo le rodea. Y entonces, un reflejo dorado aparece ante sus ojos. Aquel monstruo ya no estaba a su espalda. Estaba frente a él. No pudo evitar contemplarla. Alas de oro y manos de bronce. Y su cabeza... su cabeza estaba rodeada de serpientes y sus ojos echaban chispas. Aquella mirada penetró hasta lo más profundo de su ser. No pudo dejar de mirarla. Y de pronto sintió que todo se paraba. Sintió que sus piernas se clavaban al suelo. Que sus manos quedaban atrapadas en un rictus mortal. Que su pecho lo aprisionaba con fuerza. Sintió que la piedra lo ahogaba por dentro y que su hálito de vida escapaba en un suspiro frío. Un suspiro de terror y muerte. Cuando la oscuridad eterna lo envolvía volvió a contemplar ese rostro. El rostro de la Gorgona Medusa. Aquel rostro que no era otro sino el suyo.


Michelangelo despertó sobresaltado. Jadeaba con fuerza mientras se miraba las manos. Aún lleno de incredulidad se levantó. Las sábanas estaban empapadas. Su frente brillaba de sudor. Se acercó al espejo y contempló su rostro. Había soñado con Medusa. Con la Gorgona a la que mató Perseo. En su sueño tenía que matarla... pero no pudo. Quedó atrapado por esa mirada petrificante de vida. Lo que más sorprendió a Michelangelo fue que el rostro de la Gorgona... era el suyo. El mismo que ahora contemplaba en el espejo. Se palpó su cara y comprobó que no había sido más que un sueño. Se dio media vuelta y observó el lienzo preparado para pintar. La luz del alba irrumpía con fuerza en la ciudad eterna cuando Michelangelo comenzó a teñir con pintura la inmaculada tela. No podía parar. Tenía una idea en su cabeza. Su mano se movía con destreza y agilidad y sus miradas oscilaban entre el espejo y el lienzo que empezaba a mostrar la silueta de un rostro. El esbozo de una mirada. Rondaba el año de 1595.


Francesco del Monte estaba muy orgulloso de su protegido. Aquel muchacho de 29 años demostraba en cada encargo que su genialidad pictórica era incuestionable. El Arte de la Pintura era un poder que conseguía dominar hábilmente. Sin embargo, su fuerte carácter, huraño, amargo y violento, a veces le jugaban malas pasadas. Aún así, Del monte sonreía. Por fin había acabado. Hacía un año que le encargaron las pinturas de la Capilla Contarelli, y las había entregado rápidamente. En ellas se podía contemplar un claroscuro perfecto. Un contraste de luces magnífico. El tenebrismo puro de un pintor que se abría camino hacia la fama. Si bien ese éxito lo compartía con sus riñas y continuos enfrentamientos. Del Monte no sabía que su protegido ya palpaba el Barroco con las dos manos. Lo único que sabía el cardenal era que por fin iba a contemplar aquella obra que le encargó hacía cinco años. Y entonces entró y la vio. Allí estaba la obra. Terminada y ajustada sobre un escudo, como había pedido. La cabeza de la Gorgona. Medusa. El regalo que le había prometido al Gran Duque de Toscana, Fernando I de Médicis. Del Monte no daba crédito. Unos terribles ojos le miraban desde la superficie convexa. Las serpientes se arremolinaban alrededor del rostro. Un rostro desencajado. Un rostro que destila dolor y sufrimiento pero a la vez transmite horror y pavor. Una cabeza recién mutilada de la que brota sangre mientras exhala un último grito ahogado. Un grito de miedo y odio. La cabeza de Medusa. La mirada de Medusa. Capaz de petrificar a cualquier ser mortal e inmortal incluso después de muerta.

Del Monte miró a su protegido. Michelangelo esperaba su opinión, aunque la mirada del cardenal expresaba su desconcierto. Silencio. Nadie habló. El pintor levantó la cabeza. Francesco del Monte volvió a mirar el escudo. Realmente aquel muchacho era un genio. Perseo utilizó el escudo como espejo para matar a la Gorgona. Igual que había hecho él para pintar el lienzo. Pero el rostro... el rostro era el suyo. El terror y el miedo procedía de aquel rostro que ahora esperaba con mirada arrogante una opinión. Para su sorpresa, el cardenal sonrió. Eres un genio, Michelangelo Merisi da Caravaggio, le dijo Francesco del Monte.


Corría el año 1600, y aquel encargo acabó en las manos del Gran Duque de Toscana. Las malas lenguas decían que el cardenal tenía otras intenciones. Por aquella época, había en el Palacio de los Médicis un cuadro con la misma temática, pero del gran Leonardo da Vinci. Del Monte quería demostrar que Caravaggio era tan bueno como el gran genio da Vinci. Algunos lo tomaron tan sólo como una oportunidad del cardenal para manifestar la gran calidad de su protegido. Pero qué más da... de una forma u otra, aquel escudo terminó en Florencia. En el Palacio de los Médicis. Observándolo todo con su mirada. La misma que atraparía la conciencia de todos aquellos que la vieran. De todos aquellos que comprobaran que aquel rostro de miedo y horror, era el de un hombre que en lo más profundo de su ser, se veía como un monstruo...


Retrato de Caravaggio - Ottavo Leoni

lunes, 21 de julio de 2008

¿Arte o Deporte?

Dentro de mis habituales preguntas sobre la Historia del Arte, encontramos algunas que sacaron debates muy curiosos. Entre esos ejemplos podemos destacar el provocador mobiliario de Allen Jones, la cuestión sobre la validez artística de un graffiti o la obra pictórica de Jackson Pollock. Hoy quiero haceros otra pregunta. Solemos englobar en la palabra Arte muchos objetos, edificios, escritos e incluso personas. Es muy normal escuchar que fulanito o menganito, dos muchachos que todo el mundo conoce, tienen mucho Arte por hacer esto o lo otro. Pero... ¿puede entrar dentro de la clasificación artística un gol?



Un gol es un cúmulo de elementos. Un conjunto de habilidades que se transforman en una imagen que puede ser atractiva o despreciada, según se mire. El DRAE ofrece el siguiente significado: En el fútbol y otros deportes, entrada del balón en la portería. Ya está. Sencillamente eso. Pero entonces debemos hacer una aclaración, ya que no todos los goles podrían tener características artísticas. Independientemente del equipo que se sea, de si te guste el fútbol o no, cuando se transforma un gol en un golazo, tiene varios elementos que pueden clasificarse como artísticos. Después de aclarar este detalle, os facilito el segundo volumen de los Grandes Goles de la Historia.


Después de ver ambos vídeos... ¿Puede llegar a ser un gol una Obra de Arte?, ¿es plausible englobar en una corriente artística alguno de los golazos que aparecen en los dos vídeos?, ¿Arte o Deporte?, ¿qué opinan vuesas mercedes?, ¿Obra de Arte o un juego?...saciad la sed pues, voto a tal, hace una calor de mil demonios.

viernes, 18 de julio de 2008

Feliz Aniversario

No puedo. En esta ocasión no puedo. Soy incapaz. Me siento ante el ordenador e intento escribir algo. Cualquier cosa. Un conjunto de palabras correctamente entrelazadas que tengan sentido. Que expresen aquello que siento. Pero lo pienso, reflexiono, y me doy cuenta que ese es el problema. Ahí radica la dificultad, pues no puedo expresar con palabras ni describir lo que siento. Hubo una vez que os lo dije. Hubo una vez que os lo confesé. Mientras paseábamos por las calles de esta ciudad que me vio nacer, os revelé mi incapacidad para escribir una entrada sobre vosotros. ¿Por qué?. Es muy sencillo. Más sencillo de lo que parece. No podría escribir nada que fuera tan bueno que igualara lo que siento por ustedes. Cualquier cosa que escribiera me parecería poco. Muy poco. Paupérrimo para todo lo que me habéis dado. Porque vosotros, mis padres, me habéis enseñado a ser como soy. Me habéis apoyado siempre. Me habéis educado y me habéis protegido. Por eso hoy, día de vuestro aniversario, tan sólo puedo felicitaros y daros la enhorabuena, por quererse siempre, como el primer día, enseñarnos a mi hermana y a mí los valores de la vida, la educación y el respeto, y convertirse en un punto de referencia al que admirar y tomar como ejemplo.

Como diría Mina, Parole, Parole, Parole. Me ha salido una pésima entrada. Ya os lo he dicho, no puedo escribir nada porque no se puede expresar lo que siento con palabras, así que os dejo a Eric Clapton y su 'Wonderful Tonight' en directo, que pertenece al disco "One More Car One More Rider".





Felicidades
Os quiero

Para mis padres...

lunes, 14 de julio de 2008

El Duelo (y II)

La esperanza de una victoria nubla la visión. Se escucha el jadeo en el silencio del alba. Los pájaros comienzan a trenzar la melodía de fondo. Nuestras miradas se cruzan. Los dos sangramos. Jadeamos. Entonces avanzo dos pasos y retraso la espada atacando con la vizcaína, mientras que mi contrario se revuelve con una agilidad incuestionable y se deshace de su daga al clavarla en mi pierna. El grito rompe la calma. Los pájaros enmudecen y remontan el vuelo. Retraso mis pasos y me apoyo en un árbol cercano, pero mi adversario no iba a darme tregua en el último momento. Me saqué la daga del muslo izquierdo y giré sobre mi mismo defendiéndome con la espada. Dos palmos de acero me silbaron junto a mi rostro. La cosa se ponía fea. Muy fea. Los lances eran rápidos. ¡Maldito trabajo!. La mente corre más de lo esperado. Ahora cojeo y sólo me queda intentar una última estocada. Si funciona, hay posibilidades de concluir lo pactado. Si falla, quizás el alba de esta mañana teñida de sangre sea lo último que contemple. Con la espada en una mano y la vizcaína en otra me desplazo lateralmente observando los movimientos pausados de mi enemigo. Han cambiado las tornas. Inesperadamente. Súbitamente. Él sigue sangrando por el costado, y el movimiento final parece que lo ha agotado más de lo pensaba. Siento como la sangre se desliza por mi pierna izquierda. La punzada es horrorosa. Un último esfuerzo. Una última estocada. Debe ser certera. Lo más certera posible. Mortal. Pasan segundos, pero el tiempo parece que se detiene. Nos miramos. Fijamente. La tensión se palpa. Un instante antes de lanzarnos el uno contra otro. Se siente. Se sabe. Se ve. El sudor acaricia mi rostro lentamente. Todo será. Todo acabará.


Como si de un resorte se tratara, se tensan aún más los músculos y una nueva coreografía se desarrolla rápidamente. Levanto la vizcaína pero meto mi vieja cazoleta al abdomen, me giro sobre mi pierna herida para dejarme caer con la derecha, pero él se desliza con soltura. Estocada al aire y media vuelta. Me hiere la mano y pierdo la vizcaína. Ahora ataca sin darme respiro. Parece no sentir dolor. Retraso mis pasos e intento un último golpe. Demasiado desesperado. Un corte en su pierna. Mi izquierda queda adelantada pero desprotejo mi flanco derecho. El costado es todo suyo. Y ahí. En ese momento, sientes que todo se acaba. Y cómo el acero penetra la carne. Y el dolor. Un intenso dolor. La boca sabe a sangre. Y a hierro. Una blasfemia al aire. Todo da vueltas. Unos segundos. Tan sólo unos segundos eternos. Demasiadas heridas. No hay rendición. Aprieto los dientes mientras mi contrario jadea y se lleva la mano al costado. Su herida está abierta, pero sobrevivirá. Sin bajar mi espada, siento como la sangre gotea en mis botas. Los dos flancos heridos. Pardiez, que de esta no salgo. Sigo con la espada en alto. No hay rendición. Segundos que parecen horas. Todo da vueltas. La pierna izquierda me falla. El sudor me recorre mi rostro. Todo se nubla. Mi adversario no se mueve, pero recupera el aliento. Siento que me falta el aire. Y las piernas empiezan a derrumbarse. No bajo mi espada. Mi cuerpo empieza a desplazarse hacia atrás. Todo se vuelve borroso. Nada está definido. Cuatro pasos atrás. Me caigo. Me siento caer. Estoy cayendo al vacío. Ya no veo a mi adversario. No veo a mi enemigo. Agua. Tengo sed. La boca me sabe... me sabe a hierro y sangre. Y entonces caigo. Sed. Hierro. Sangre. Ya no siento nada. In Ictu Oculi. Un golpe más y la cabeza estalla en mil estrellas fugaces. Oscuridad.


EPÍLOGO

Cuando desperté estaba en el Monasterio de San Jerónimo de Buenavista. Volvía a sentir dolor. Cualquier movimiento me asestaba una punzada en todo mi cuerpo. Un monje me dijo que no me moviera. Tenía un aparatoso vendaje en el costado. Me llevé la mano a él y lo palpé. Húmedo.
- Tenéis suerte de seguir con vida soldado – me miró con el gesto serio – si no hubiera sido por fray Miguel, aquel caballero te hubiera mandado con Dios, si ese es vuestro camino o hundido en la profundidad de los infiernos. Os vio caer y golpearos la cabeza contra el árbol del camino.
- Y... qué hay del caballero...
- Fray Miguel dice que cogió sus cosas y marchó al Monasterio de la Cartuja de las Cuevas. También dijo que se pondría bien. Al parecer, es vuestro adversario un famoso caballero, aunque digno de ser comparado con el mismísimo Belcebú, según cuentan algunos que han visto cómo despachaba a sus contrarios. Sois afortunados de seguir vivo. A voacé le ha salvado su juventud. Dios le ha dado otra oportunidad hijo.
- Quizás sea eso padre... Gracias – el monje me sonrió y se marchó de la celda. Así que otra oportunidad. Me palpé la pierna vendada. Demasiadas estocadas. Otra oportunidad... aquel famoso caballero volvería dentro de dos años. Y entonces tendría otra oportunidad para devolverle las estocadas. Dos años y de nuevo nos veríamos las caras. O no...

sábado, 12 de julio de 2008

Etiquetas

¿Estamos condicionados por las marcas?



¿Nos dejamos llevar por las etiquetas?

miércoles, 9 de julio de 2008

No lo entiendo...

Los veo levantarse. Los veo desaparecer de la calle. Enfilar la dirección contraria o cortar por la perpendicular. Y no lo entiendo. No lo comprendo. Avanzo con mis estrechos pasos y compruebo que hay huecos en el camino. Son pocos los que te esperan. Pocos los que se quedan. A través de mi antifaz veo esos rostros cansados de la noche. La fugacidad de una semana. Lo etéreo del momento. Los que se quedan, los que te esperan, son los que podrán disfrutar de Ti. De Tu magnífico palio. De Tu compañía mesína. De Tus delicadas manos. De Tu bellísimo rostro. De Esa Mirada...



Por eso, cuando vuelvo a la Basílica y te veo llegar, no comprendo por qué la gente no te espera. Ese delicado momento de verte llegar. De sentirte llegar. Ese preciso instante en el que nos regalas Tu presencia. El momento de escuchar tu silencio al pasar. De ver cómo te marchas. No comprendo por qué no se quieren perder en Tu palio de cajón. En Tu silenciosa belleza. Y en Tu Mirada. Esa Mirada... esa Mirada que me puede.

Y luego me marcho con lágrimas en los ojos. De vuelta. Por el camino más corto. En silencio. Al alba.

Inmerso en mis pensamientos

No lo entiendo

¿No se dan cuenta que es Ella?

jueves, 3 de julio de 2008

"Crisis? What Crisis?"

Crisis, crisis, crisis. Martilleando en mi cabeza. De boca de unos y otros. En el diccionario: Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente. Cara rara. Parece que en la Mirada Crítica no hablan de esto. Quizás de la segunda acepción: Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales. ¿Vivirá España una mutación espiritual?, puede que sea por Luis Aragonés. Crisis, crisis, crisis. Me salto varias y sigo a la sexta y séptima: Escasez, carestía y Situación dificultosa o complicada. Estas dos serán. Aunque los bares de mi barrio están a reventar de gente.


Todo el mundo habla de crisis. Es como una epidemia que parece recorrer nuestro país. Crisis aquí y crisis allá. El telediario habla de la subida de precios, de la escasez de empleo, del poco éxito de las rebajas de este año, de la estancia de la gasolina en las nubes, de la escasez de productos, de los problemas económicos que nos están asfixiando y que nos van a asfixiar. Y la palabra aparece una y otra vez. En ocasiones cuestionada, otras sin embargo afirmada rotundamente. A mí tanta crisis me recuerda a otra cosa. Cada vez que escucho esa palabra se me viene a la mente el disco de Supertramp de 1975 “Crisis? What Crisis?”. Recuerdo además la primera vez que lo escuché, en una cinta de cassette grabado de un disco de vinilo. Me la había llevado al final de curso de 8º de EGB, que pasamos en Almería, en el ’96. Fue la primera vez que escuché a Supertramp.


Tras conseguir triunfar en 1974 con su disco “Crime Of The Century”, Supertramp entró en una etapa de éxitos imparable. Una época dorada que continuó con la salida en 1975 del antes mencionado “Crisis? What Crisis?”, en el cual siguen evolucionando y desarrollando un estilo propio, pero cambiando su inicio de rock progresivo a una meta más pop y comercial.



Es un disco muy completo donde todas sus canciones poseen un corte muy personal, aunque resultarían un auténtico éxito ‘Sister Moonshine’, ‘Ain’t Nobody But Me’, ‘Lady’ y ‘Two Of Us’. Bajo mi humilde punto de vista destacaría también ‘A Soapbox Opera’, con una letra espectacular, ‘The Meaning’ y ‘Another Man’s Woman’, que posee un final instrumental muy dinámico y cuya versión para la BBC de 1977 os facilito en este video:



“Crisis? What Crisis?” obtuvo un respetable top 12 en las listas de venta del Reino Unido y un top 16 en Estados Unidos. Un extraordinario disco que nos invita a reflexionar con sus diez canciones. Y vuesas mercedes qué opinan, ¿conocen a Supertramp?, ¿hay crisis o no?, ¿han escuchado el disco?, ¿y la palabra crisis en estos últimos días?, ¿conocíais alguna canción?, echad un trago y saciad vuestra sed mientras escucháis el saxo de John Helliwell, el piano y la voz de Rick Davies y la guitarra y la fina melodía de Roger Hodgson...