martes, 25 de noviembre de 2008

El atardecer de Vincent

Brillaban sus ojos al resplandor de los recuerdos. Estaba viendo aquel libro y entonces apareció ese cuadro primerizo en el prólogo del que sería un gran pintor. Acarició delicadamente la fotografía como si pudiera atravesar con sus dedos el papel y sumergirse en la atmósfera que insinuaba la obra. Su rostro dibujó una sonrisa profundamente melancólica y cargada de sentimientos. Era como si la tristeza, por un segundo, hubiera aprendido a reír, a esbozar alegría sin serlo. Sólo era una ilusión y él lo sabía. A veces, se acordaba de lo difícil que eran algunas cosas, y entonces parecía escuchar su voz... dicen que la vida es así. Y otras, se dejaba atrapar por don Pedro, y cómo sugería que la vida no era otra cosa sino sueño.

¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.



Observó el cuadro con detenimiento y su corazón comenzó a latir con una fuerza inusitada. Desboque de sentimientos encontrados en el rincón de la memoria. Pudo sentir que le envolvía aquel atardecer verdoso de tonos pardos y emborronado por las lágrimas de la realidad. El gran Vincent ya demostraba su tremenda facilidad para la pintura, aunque aún no había estallado en su interior el ramillete de pinceladas vivas y chorros de luz que el Impresionismo se encargaría de espolear, para acabar cometiendo con su obra, un toque de originalidad inusitado y único en la Historia del Arte. Había saltado al cuadro y se encontraba en aquella pequeña región de Nuenen que acogiera un tiempo al pintor. Contempló el esquema organizado y trazado de aquella zanja central nevada, que seguía su curso hasta la línea final del prado, otorgando una senda de luz, apenas sugerida, y dividiendo hasta el límite del cielo en dos el paisaje. Árboles y zanja verticalmente y el horizonte como frontera horizontal. La lejanía marcaba el final del día entre tonalidades verdosas, oscuras y terrosas. Sólo una línea de luz marcaba la diferencia de atmósfera de toda la obra. El sol moribundo y sus últimas palpitaciones de color anaranjado. Van Gogh estaba palpando el Impresionismo sin necesidad de acudir a París, pues su genialidad se lo ofrecía en bandeja.


Una lágrima furtiva, desoyendo la fuerza de la razón, descendió rápidamente por su rostro e impactó en el libro quebrándose en mil pedazos. Contempló la lámina que ofrecía el libro detenidamente, una vez más. Vincent Van GoghPaisaje al atardecer. Suspiró en un quejido contenido y sus ojos, vidriosos y febriles, dejaron de mirar para ver en su interior. La tira de imágenes aparecía como una proyección de diapositivas ante su mirada velada. Un atardecer con la sombra del gran Vincent bajo su subconsciente y el frescor del final del día acariciando su rostro. Sintió de nuevo las cosquillas en la boca del estómago y aquel momento congelado en un instante del pasado. Los muslos fríos al contacto de la piedra antigua y los detalles de una historia corriendo ante sus ojos como la función de un teatro clásico. Todo desplegado bajo sus pies en el final de un risco. Y al fondo del pasillo de lo ilimitado, un desfile de luces cambiantes y un disco anaranjado que desciende lentamente. Todo es tan bello. Hay tanta belleza alrededor. Y por encima de toda aquella hermosura, estaba ella.


Nada tenía sentido sin ella. La respuesta a todas las preguntas. La dosis necesaria para seguir con vida. La mayor luz de aquel atardecer. Recordaba su perfume. Su olor. El tacto de su piel bajo sus manos. La fuerza con la que sus dedos se entrelazaban en una alianza de amor incondicional. Sonrió mientras una nueva lágrima le besaba el rostro. Recordaba cómo la había abrazado, delicadamente, sintiéndola entre sus brazos. Cómo le había apartado el pelo suavemente para verla mejor. ¡Estaba tan guapa!. Recordaba su sonrisa y su mirada... la misma sonrisa que le hacía temblar y esa mirada que lo atrapaba. Algo genial y especial. Y ahora, sólo y en silencio, sentado en su viejo sillón, observaba aquel cuadro en el que atardecía en Nuenen. El sol se ponía sin remedio, como aquella tarde. Como aquel día que jamás quiso se acabase. No podía parar el tiempo, y tampoco pudo ese día. El sol acabó clavándose en las entrañas de la tierra. Lentamente. El ocaso de una bellísima tarde que agonizaba mortecina entre luces malvas y anaranjadas. Con una parsimonia cargada de hermosura y nostalgia en un mismo golpe. El fin del mundo atrapado en el límite de un risco de piedra clásica. La impotencia de saber que se acaba el día y que no puedes hacer nada porque finalmente el astro rey se oculte tras el horizonte. No puedes pararlo. No puedes frenar el curso del tiempo. Su vista se convirtió en un velo húmedo y la garganta se cerró rápidamente con un mordisco letal. Ese atardecer sólo era un recuerdo y ahora ella no estaba junto a él para abrazarla, acariciarla y besarla. Y le faltaba el aire. La echaba tanto de menos... ¿Dónde estás?, se preguntó mientras su alma se escapaba por los resquicios de su corazón.

Las palabras de Van Gogh en una de las cartas a su hermano Theo resonaban en su cabeza una y otra vez, “una de las cosas más bellas ha sido pintar la oscuridad, que es también color”. Sin darse cuenta, había pasado todas las páginas del libro, y ahora sostenía la cubierta. Las páginas habían pasado sin ser leídas. Sin ser vistas. Habían pasado sin sentido, como el tiempo transcurrido desde la última vez que la vio...

jueves, 20 de noviembre de 2008

Don Anselmo y la Resurrección

Antoñito se volvió con el ceño fruncido y su única ceja como visera de una frente que empezaba a estar despoblada. Su amigo de la eterna gorra azul eléctrico había encendido una mecha que no era, y el fuego había saltado rápidamente a los ojos del camarero que no dudó en mostrarle su enfado.
- No te pongah así Antoñito... te digo yo que é lo que é – replicaba Manolo ‘el Cabrillas’Debería sé una hermandá de Gloria, te lo vuervo a repetí.


Fotografía gracias a R. Villarrica


Las orejas de Antoñito se movían solas en un rictus incondicional de tensión. Las venillas que las cruzaban habían tomado un excesivo color burdeos, dotándolas de un aterciopelado tono de antifaz allende el Cerro del Águila. Y la banda no estaba lejos, pues el compás de su sien marcaba un ritmo a paso de mudá que alertó a don Anselmo, que hasta ahora había asistido al cruce de dialécticas de uno y otro. Antes de que la boca de Antoñito se abriera para dejar escapar improperios entre la ausencia de molares caídos, Paco el lechero, el espíritu de la golosina encarnado, rompió una lanza a favor del camarero.
- Bueno, bueno Manolo, tampoco hay que sé tan dramático. De Gloria tampoco, lo que pasa que é normá que quieran salí er Sábado Santo, que er Domingo de Resurressión a las sinco de la mañana quea un poco triste. Por eso Antoñito dise que le gustaría que salieran er Sábado – decía a modo de paragolpes Paco el lechero, llevando su mirada al camarero en son de paz - ¿acomo que llevo rasón Antoñito?
Pero Manolo no daba tregua. Era como uno de esos niños de la carrera oficial con la mirada avizor. Esperando la más mínima quietud del cuerpo de nazarenos para lanzarse rápidamente al abordaje del cirio más cercano. Solamente tenía que fijarse bien en el momento exacto de la parada. Antes, incluso, de que los pies se asentaran en el suelo, el niño saltaba de su asiento y estiraba la mano con su trabajada bola hasta situarla bajo el goteo incesante de la cera mientras pide permiso, todo en un gesto y en una misma acción, para no perder aquel preciado oro líquido de la penitencia. Casi como ese niño, Manolo no dejó escapar la oportunidad de volver al ataque ante un Antoñito con la guardia baja, calmado por Paco el lechero, y cuando se dio cuenta, tenía de nuevo una bola de cera bajo su cirio y la sonrisa pícara y cargada de sorna de Manolo ‘el Cabrillas’.
- ¡Que no!, ¡la Resurressión tiene que salí er Domingo de Resurressión!, la misma palabra lo dise: Re-su-rre-ssión, como er Domingo. Y dale grasia que no é de Gloria... ¿verdá que sí don Benito?, tú que sabe de esta cosah antiguah y de la Historia del Señó y tó eso... ¡que estahmu callao! – azuzó Manolo a don Benito buscando el apoyo del pobre hombre mayor, que apuraba su tinto en silencio mientras observaba la acalorada discusión.


Fotografía gracias a Iván


- Hombre... en realidad Manolo lleva razón...
- ¡Lo vé, lo vé, lo vé!, ¡toma ya!, y no la disho cuarquiera... la disho el doctor Liendre, y cuando lo dise éste es porque é verdá... – Manolo celebraba la opinión de don Benito como un triunfo en toda regla, mostrando su caja de dientes amarillos y levantando los brazos, haciendo halago de su escasa higiene personal mientras dos cercos húmedos le rodeaban las axilas, las cuales perfumaban su alrededor. Cuando Antoñito estaba a punto de explotar, sus enormes patillas se erizaban y sus ojos estaban tan encendidos como la antorcha de Los Panaderos, Don Anselmo, callado en todo momento, rompió su mutismo con la solemnidad y la autoridad de una saeta sentida que siembra el silencio.
- Vamos a calmarnos y dejemos hablar a don Benito, que seguro puede ilustrarnos con sus conocimientos y luego cada uno dejará su opinión – don Benito asintió agradecido y empezó a hablar argumentando su decisión de dar la razón a Manolo.


Sublime instantanea del gran R. Villarrica


- Bajo mi humilde punto de vista, el eje principal de la Gloria no puede ser otro que la Resurrección de Cristo Nuestro Señor...
- ¡Amén! – interrumpió Manolo con su risa chirriante, disfrutando de su triunfo dialéctico, a lo que don Anselmo respondió con una mirada fulminante que petrificó la faz de alegría de ‘el Cabrillas’. No volvería a interrumpir a don Benito.
- Pues, como iba diciendo, la Gloria es la Resurrección, por eso, yo siempre he dicho que me parecía extraño incluir como Hermandad de Penitencia a la Resurrección. Si me parece extraño este detalle, más aún me parece que salga un Sábado Santo. Sin embargo, y pese a todo lo que he dicho, también es cierto que nuestra Semana Santa no sigue un orden cronológico prefijado, y el Domingo de Ramos, sin ir más lejos, podemos encontrarnos la Sagrada Entrada en Jerusalén o el Cristo de la Buena Muerte de la Hiniesta, el principio y fin – Manolo estuvo a punto de interrumpir al comprobar que la reflexión de don Benito le desfavorecía, pero la mirada de don Anselmo lo sostuvo – así pues, no es de extrañar que saliera un Sábado Santo, aunque, personalmente, pienso que debe salir el Domingo de Resurrección, como su propio nombre indica. El problema de la actual hora de la salida se solucionaría optando por el cambio a lo largo de la mañana, pues el público acogería con ilusión la única cofradía en la calle de ese día – opinó don Benito.


Impresionante fotografía gracias a mi amigo Iván


Don Anselmo, mediador del debate, asintió con la cabeza y agradeció la breve exposición del anciano, mientras que fue cediendo la palabra a cada uno de los presentes para que ofrecieran su punto de vista. Miró primero a Manolo, que se moría por hablar.
- ¡La Resurressión de Gloria!, y si tiene que salí un día, er Domingo de Resurressión, como ha dicho el doctor Liendre – zanjó ‘el Cabrillas’. Ofreciéndole el turno con una reverencia de chanza a Paco el lechero.
- Yo apoyo a Antoñito. Debería salí er Sábado Santodon Anselmo miró al camarero, que se rascaba las frondosas patillas mientras su mirada no se despegaba de la sonrisilla aceitosa de ‘el Cabrillas’.
- La última del Sábado Santo – espetó con seguridad y un tono de desafío a Manolo, que estuvo a punto de saltar, pero fue frenado por don Anselmo, que se volvía en ese momento al lector de esta entrada y lo miraba atentamente, preguntándole:

- ¿Y voacé, qué opina?

lunes, 17 de noviembre de 2008

'You Take My Breath Away'

“La grabé yo solo en varias pistas. Las voces de los demás no se utilizaron. Toqué el piano y, básicamente, eso fue todo. No sé cómo conseguimos que quedara tan sencilla, ¿sabes?, con todos nuestros añadidos y demás. La gente tiende a pensar que somos muy complejos, y eso no es cierto. Depende de cada tema por separado. Si una canción necesita complejidad, lo hacemos. Así que ese tema, de hecho, es bastante austero, según los estándares de Queen” - Freddie Mercury

A veces, hay pequeños detalles que pasan desapercibidos. Motas de polvo en una nube de arena compacta que conforma un todo. El conjunto suele predominar sobre la singularidad individual, pero esos detalles minúsculos, hacen que tenga sentido todo lo demás. Esos detalles... no se olvidan. Algo parecido ocurre con la canción “You Take My Breath Away” de Queen, del disco A Day At The Races. Una grabación realmente sublime que se suele pasar por alto con demasiada frecuencia.




"You Take My Breath Away"

Oooh oooh take it take it all away
Oooh ooh take my breath away
Oooh ooh yoooouuuu take my breath away

Look into my eyes and you'll see
I'm the only one
You've captured my love stolen my heart
Changed my life
Every time you make a move you destroy my mind
And the way you touch
I lose control and shiver deep inside
You take my breath away

You can reduce me to tears with a single sigh
Every breath that you take
Any sound that you make
Is a whisper in my ear
I could give up all my life for just one kiss
I would surely die
If you dismiss me from your love
You take my breath away

So please don't go
Don't leave me here all by myself
I get ever so lonely from time to time
I will find you
Anywhere you go, I'll be right behind you
Right until the ends of the earth
I'll get no sleep till I find you to tell you
That you just take my breath away

I will find you
Anywhere you go
Right until the ends of the earth
I'll get no sleep till I find you
Tell you when I've found you
I love you



"Me dejas sin aliento"

Oooh llévatela, llévatela lejos
Oooh ooh llévate mi respiración
Oooh ooh tú te llevas mi respiración

Mira en mis ojos y verás
que soy el unico
Has capturado mi amor, robado mi corazón
Cambiaste mi vida
Siempre que haces un movimiento destruyes mi mente
Y la forma en que tocas
Me hace perder el control y tiemblo profundamente
Me dejas sin aliento

Puedes reducirme a lágrimas con solo un suspiro
Cada respiro que tomas
Cada sonido que haces
Es un susurro en mi oído
Podría perder mi vida por tan solo un beso
Y seguramente moriría
si me quitas tu amor
Me dejas sin aliento

Así que por favor no te vayas
No me dejes aquí solo
Me dejarás tan solo de un momento a otro
Te encontraré,
donde sea que vayas estaré tras de ti
Hasta el fin de la Tierra
No dormiré hasta encontrarte y decirte
que me dejas sin aliento

Te encontraré,
donde sea que vayas
Hasta el fin de la Tierra
No dormiré hasta encontrarte
Y te diré cuando te encuentre
Te amo


Si tuviera que dedicarle a alguien realmente genial y muy especial una canción... es muy probable que fuera esta.

¿Conocían vuesas mercedes "You Take My Breath Away"?, ¿os ha gustado?, ¿a quién le dedicaríais una canción?, ¿cual sería?, ¿os ha dejado alguien sin aliento?, no puedo hacer mucho si alguien os ha dejado como dice la canción, tan sólo puedo calmar la sed... así que, echaos un trago.

viernes, 14 de noviembre de 2008

No lloréis...

Un sonido mudo y apagado en la penumbra. Noche recién estrenada que antecede una jornada de despedida. Seis lágrimas de cristal. Sombras perfiladas en la oscuridad y luz radiante en los rincones. El compás inagotable de un reloj que marca el destino de los hombres. El tiempo cayendo por los resquicios de la razón en una cuenta atrás. La melodía de lo perfecto alejándose en la claridad exterior. El rumor de los besos de Sevilla. Los meses plegados cuidadosamente en un abanico de días, horas y segundos. Los ojos sedientos de miles de fieles perdidos en un ramillete salomónico. Incienso ahogado. El alfa y omega en dos manos. El cariño y el amor en una mirada. Un sollozo contenido mientras una espina atraviesa al Hijo de Dios. Puñal de plata y reja dorada. Hábitos almidonados y corazones entristecidos. La garganta se cierra y certeros dardos de pasión cruzan el alma. Lágrimas nocturnas para una marcha anunciada. Y no es otra cosa... es agonía. Tal vez fuera eso lo que sentía aquella hermana. Ahora sólo había silencio. Fuera el mundo seguía girando y el reloj contaba las horas pero dentro... dentro se paraba todo y no había pasado ni futuro, ni siquiera presente. La clausura congela el mundo y suspende los días en saltos puntuales. Pero desde hacía varios meses, la arena que desgranaba el tiempo había vuelto a funcionar en la rutina de su corazón. Los días se consumían como los cirios de promesa y la cera manchaba el adoquinado de su memoria con recuerdos imborrables. Y ahora, en silencio, perdida en las Manos que mueven el mundo, y buscando en la Mirada del Traspaso, un suspiro contenido remueve sus entrañas. No hay nada peor que la agonía. Y ella puede verlo, puede palparlo. La certeza de saber que algo se acaba y no poder hacer nada por remediarlo. Y entonces un temblor le recorre sus manos y en las ventanas de su alma aparece una perla de cristal. Una lágrima cruza su mejilla y siente que es el Señor el que acaricia su rostro y Su Madre la que lo seca con Su pañuelo. Ya se van...



Gracias a R. Villarrica


- ¿Por qué lloras hermana?
- Lloro porque no podré más acariciar Sus Manos con mi mirada. Porque ya no podré contarle a Ella lo bonita que está por la mañana. Porque ya no podré disfrutar de sus silencios. No podré darles un beso de buenas noches. Ver la Luz en la oscuridad. Lloro porque aún no se han ido y ya los echo de menos. Porque el vacío no es otra cosa que la ausencia de aquello que lo llena. Porque se van y siento que no podré dejarlos ir sin acompañarlos. Lloro porque no se qué voy a hacer ahora cuando los busque y no los encuentre... ahora que he conocido el Cielo.



No lloréis Hermanas. No lloréis porque hoy, cuando los rostros sagrados del Señor de Sevilla y Su Bendita Madre sientan el frescor de la tarde, Sevilla sabrá que han estado bien. Sevilla entera sabrá que las Hermanas de Santa Rosalía les habéis cuidado. No lloréis porque Él y Ella nunca olvidan y nunca se van. No lloréis porque vuestros corazones están en esas Manos que mueven el mundo. No lloréis porque vuestros ojos están en esa Mirada que sigue la zancada del Hijo de Dios.



No lloréis más, Hermanas de Santa Rosalía, que cuando la noche sea eterna en Sevilla y la Madrugá se pierda en los resquicios de una mañana de vencejos, un río de negro ruán iluminará el camino hasta vuestra puerta, para recordaros que sois las Hijas del Gran Poder y el Mayor Dolor y Traspaso.

martes, 11 de noviembre de 2008

El mensaje

Hay mensajes que cuestan entregar...



Y vuesas mercedes... ¿harían todo lo posible por entregar un mensaje?

jueves, 6 de noviembre de 2008

Secundarios Protagonistas: el Sayón de La Exaltación

“El Pregonero nuevo vive esta hora con el mismo temblor ilusionado con el que vio su primer paso. Era por Santa Catalina: un colosal barco dorado y largo, con la cruz sólo intuida. Un paso que deberían de llevarlo por lo menos cien costaleros valientes y esforzados, que lograban ese milagro sevillano del movimiento armonioso y esbelto en su andar recio. De chico, admire ‘Los Caballos’. Ahora que ya el niño creció y supo del porqué de las Lágrimas tan tristes de aquella Virgen, y del sentido de la cruz, de su dolor y de su vida, admiro ‘La Exaltación’.”Pregón de Eduardo del Rey Tirado, 1999


Hay algo en la tarde del Jueves Santo que flota en el aire como el aroma del azahar. Hay algo en la tarde del Jueves Santo que se presiente efímero como la vanitas del Barroco. Algo que muy pocos pueden sentir. Algo que se escapa de las manos como la arena del tiempo. Esos detalles que brillan como plata bruñida, que apenas son reflejos de una realidad eclipsada de lo que está por llegar. Hay un halo de tránsito que aparece como velo de alquitrán imperturbable que oscurece el presente para instalarnos en el futuro. Son pocos los que atraviesan ese telón de espera para vivir una jornada fugaz que se ha convertido en vestíbulo de una noche eterna. Pero los que consiguen llegar hasta ella, los que consiguen palpar las maniguetas de la tarde del Jueves Santo, vuelven a disfrutar como lo hicieron cuando eran pequeños. Vuelven a sentirse más vivos que nunca. Porque los niños no han dejado de disfrutar con el Jueves Santo, son algunos mayores los que lo han olvidado.

Y allí estaba yo. Esperando. A todos los niños les gusta ese paso, y yo volvía a sentirme imberbe, atrapado en un mundo sin problemas y lejos de las preocupaciones que asaltan la edad madura. Un río de cirios encendidos presagiaban que la luz mortecina del crepúsculo se cerraba sobre Sevilla. Pronto sería de noche, y la luz azulada del cielo se tornaba púrpura y el morado de los antifaces se confundía con el horizonte y la cera pronto tendería su manto tiniebla sobre los adoquines. La primera fila me dejaba observar el cortejo a la perfección y me hacía regresar a la niñez. Junto a mí una niña miraba con atención el cuerpo de nazarenos, deteniéndose en cada uno de ellos. La observé con una sonrisa. Vestía un bonito vestido celeste que remataba en un lazo anudado a su espalda con un equilibrio perfecto y una pulcritud magnífica. Sobre éste, una rebeca de punto enfundaba sus bracitos y plantaba cara al fresco que comenzaba a sentirse. Para rematar, un bello lazo rosa tocaba su cabello recogiendo el pelo hacia atrás. En una de sus delicadas manos, portaba un programa, y en la otra aferraba con fuerza a su madre. Sus ojos buscaban algo. Buscaban a alguien. Sus ojos buscaban una mirada familiar bajo uno de aquellos antifaces morados que precedían aquel paso que tanto gustaba a los niños. Alcé la vista y encontré un millar de ojos entre los resquicios abiertos de la penitencia. Ojos que me devolvían promesas nuevas y otras gastadas. Y entonces vislumbré que, tras la esquina que giraba un poco más allá, se acercaba el Misterio. Aún no lo veía pero podía sentirlo... no hay nada como intuir la llegada de un paso.


Gracias a Semana Santa de Sevilla siglo XXI


Los ciriales asomaban con su danza inestable al caminar y la sombra delató que avanzaba con paso firme aquel impresionante altar. Los candelabros de guardabrisa aparecieron primero y luego aquel sayón que siempre abría la escena, como el figurante que tira de las cuerdas del telón para que aparezca de un plumazo todo aquel movimiento barroco de ascensión. El increíble paso de Misterio de la Hermandad de la Exaltación apareció con todo su esplendor en la esquina, avanzando con porte y señorío mientras giraba para enfilar la calle en la que me encontraba. El sayón tiraba un poco más en cada paso que daba el Misterio. Atrás estaban los caballos, ejemplo de imágenes secundarias, pero yo siempre me había fijado en aquel esforzado hombre que tensaba sus músculos para elevar en su último suplicio al Hijo de Dios. Ahora sabía algo más sobre él. Obra más que segura de don Pedro Roldán, para arreglar el entuerto dejado por su yerno Luis Antonio de Los Arcos al marcharse a Cádiz. Don Pedro no dejaba las cosas a medias, y este ejemplo no sería un buen detalle para el transcurrir de su taller. Así pues, solucionó la papeleta. De frente, podía observar cómo se desarrollaba la escena. Y ese sayón... ese esfuerzo pictórico de otra crucifixión hecho escultura ante mis ojos. Para mí se había convertido en un secundario protagonista. Un personaje que siempre era el primero en aparecer. El que avisaba de lo que estaba por llegar.


Entonces la sombra del canasto nos alcanzó y la luz de sus candelabros la disipó. El niño de mi interior volvió a abrir la boca y el tiempo regresó al pasado. La corneta destemplaba el sentimiento de emoción y el tambor marcaba el ritmo de nuestros corazones. Todos los presentes volvíamos a nuestra infancia ante Los Caballos de Santa Catalina. Volvíamos a ser niños y a sorprendernos un Jueves Santo por la tarde. Y ¿acaso no es ese el milagro de una jornada así?. Giré la cabeza y contemplé como la niña junto a mí, que ahora cogía su madre, contemplaba alejarse el Misterio. Sus ojos brillaban y permanecían completamente abiertos. Era la inocencia de la infancia. La felicidad de aquello que se puede sentir sin saber nada más. Sin preocuparse por nada más. Se alejaba el Misterio y el presente irrumpía con paso firme en mi cabeza, acostumbrada a merodear por divagaciones efímeras como el pabilo de un cirio. Hacía sólo un momento estaba viendo el paso de Los Caballos, enfrascado en la imagen de aquel sayón caravaggiesco, atrapado en el niño que ninguno de nosotros debemos expulsar nunca de nuestro interior, cuando la madurez acudió a mí. Sólo tuve que fijarme en unas Lágrimas de cristal. Se alejaba el palio de la Virgen de las Lágrimas y algo se movía en mi interior. Como dijo aquel pregonero, vibré como un niño cuando pasaron Los Caballos, y ahora estaba viendo alejarse a La Exaltación. El corazón en un puño. Y la tarde muriendo. La tarde del Jueves Santo, que tiene algo que muy pocos ven.


Se movía la turba y se deshacía el aglomerado. Busqué a la niña que había estado junto a mí. La encontré, perdida su vista, en aquel manto que se perdía al fondo. En su rostro, a diferencia del mío, no había melancolía. Ella sonreía. Una sonrisa amable y dulce. La sonrisa de la inocencia. De la felicidad. Bajó la vista y abrió el programa con la mayor naturalidad del mundo. Yo sonreí y me perdí en busca de mis recuerdos, caminando al filo de mi infancia de Los Caballos y mi madurez de sayón que antecede a las Lágrimas de cristal. Cuando me marchaba, escuché la voz de su madre que la llamaba “¡Claudia vamos!”. Algo me hizo levantar la vista. Ya sabía a quién buscaba entre aquellos capirotes morados...


Gracias a Finidiblanco


Hay algo en la tarde del Jueves Santo que la hace especial... ¿saben vuesas mercedes qué es?, ¿creéis que el sayón que tira de la cruz es un secundario protagonista?, ¿han vuelto a ser niños la tarde de un Jueves Santo?, ¿Los Caballos o La Exaltación?...hace frío en estos últimos días y no hace falta cántaras de barro para enfriar el agua. Hace tiempo que no abría este puesto, pero vuelvo para saciar la sed de todo aquél que quiera arrimarse al fuego de la fragua de don Diego... la misma que servía a Vulcano.

Para mi amigo Finidiblanco, al que pronto buscarán dos ojos más la tarde del Jueves Santo...