jueves, 31 de diciembre de 2009

...otro día.

Hoy a las 23:59 acaba un día. Acaba un mes. Acaba un año... pero hoy es jueves, y mañana será viernes. Terminará el día, pero mañana habrá otro. Como dijo en 'Lo que el viento se llevó' Scarlett O'Hara: "Después de todo... mañana será otro día..."

Feliz Año Nuevo a todos
Vuestro amigo Ramsés

jueves, 24 de diciembre de 2009

La sonrisa del pastor

El destino puede ser impredecible, por mucho que digan que está escrito. A veces se trata tan sólo de un boceto del devenir real, y otras, un calco perfecto del futuro planificado por el diablo. Tal vez nuestra vida no sea otra cosa más que un libro, o el capítulo de una novela dilatada. Estamos atados entonces, unidos a un discurrir de acontecimientos desarrollados tras una voz en off que nos predica el sino de nuestra existencia. Todo está pensado para que transcurra la trama a través de unos ojos borrachos de ansiedad por lo que va a ocurrir. Pero… si está todo escrito, ¿por qué nos sorprenden los giros que el tiempo nos tiene guardados? Porque no hemos leído el argumento de nuestra propia vida.


Hoy es Nochebuena. Hoy comienza la Navidad. Hoy un pastor sonreirá en el cuadro del retablo de la Anunciación, aquella obra impresionante de don Juan de Roelas. Una sonrisa que valía un cambio estilístico. Una sonrisa que sorprendía a Pacheco y le despertaba de su imperio inquisitivo. Una sonrisa que permanecerá intacta cuando el crepúsculo de la Estrella de Bagdad sea un hecho. Una sonrisa, queridos amigos, que no podemos olvidar en todo el año. Ahora es el momento de la solidaridad artificial, pero durante todo el año, es el periodo que tenemos para reescribir el guión planificado. Ese capítulo de este libro que es la vida. No nos quedemos sólo aquí. No nos quedemos atrapados en ese boceto que destila el devenir más cercano. El destino está escrito, pero podemos reescribirlo. Ese pastor sonríe durante todo el año, por eso yo os deseo una Feliz Nochebuena, una Feliz Navidad y la permanencia de la sonrisa, tu sonrisa, durante estos 365 días que vienen.

Un grandísimo abrazo de vuestro amigo Ramsés.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Final

Hace poco vi “Lucía y el sexo”, de Julio Medem. Había escuchado hablar de ella, pero nunca me había sentado a verla. Todos me decían que tenía un guión extraordinario y que la historia era genial. Me invitaron a verla y me perdí entre sus geniales diálogos. Es una película que te hace reflexionar. Es una cinta que, como norma general, no te deja indiferente. Hace unos días surgió la propuesta de crear una entrada sobre el final de las cosas. No sabía que escribir, Cronos me tiene maniatado últimamente y las ideas no suelen ser buenas. Fue entonces cuando me acordé de esa película. En “Lucía y el sexo” hay una frase magnífica, encerrada en un contexto especial, que decía lo siguiente: “La primera ventaja es que cuando el cuento llega al final no se acaba, sino que se cae por un agujero y el cuento reaparece en mitad del cuento. Ésta es la segunda ventaja, y la más grande, que desde aquí se le puede cambiar el rumbo, si tú me dejas, si me das tiempo”. Me fascinó esa posibilidad, la capacidad de cambiar el rumbo de las cosas, de los acontecimientos, de la carencia de final. No existiría final, porque cuando lo presintiéramos, siempre podríamos volver al centro de la historia. El final es algo muy relativo, puede ser lo esperado o lo temido, pero en las dos ocasiones tiene ligada una sensación de placer y de angustia. Si el final se espera, la angustia reside en el tiempo de llegada. Si por el contrario no se quiere llegar al final de algo, el placer desaparece cuando llega la angustia del nunca jamás. ¿Quiénes de ustedes no ha deseado volver atrás cuando el final se ha intuido? Pese a todo, creo que el final es necesario.


El final le da sentido a todo. Volviendo a inspirarme en el celuloide, recuerdo otro fragmento, esta vez de la película “Troya” de Wolfgang Petersen, cuando Aquiles le dice lo siguiente a Briseida: "Te contaré un secreto, algo que no se enseña en tu templo. Los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último, todo es más hermoso porque hay un final". Y es así. El final es necesario para que la vida tenga sentido.

domingo, 13 de diciembre de 2009

F.F.de C.

"- Sentía ganas de meterle una bala entre los ojos a cualquiera que se negara a follar para salvar su especie. Quería abrir las válvulas de descarga rápida de todos los petroleros y cubrir de crudo todas esas magníficas playas que yo jamás conocería. Quería respirar humo...

- ¿Dónde estabas, chico psicótico?

- Quería destrozar algo hermoso".

"El Club de la Lucha" - David Fincher

¿Habéis sentido esto alguna vez?

lunes, 23 de noviembre de 2009

Cello

Una vez llegó un hombre a El Torino hablando de una mujer, el alma y el aire. Ese día, la barra lucía las manchas del viernes y la conciencia se quedaba pegada a la comisura de los labios de la bella Inés, que cantaba al otro lado del velo de alquitrán. Aquel tipo se dejó caer por el gaznate de las escaleras del bar pasada la media noche de los noctámbulos, y me pareció un espíritu consumido por la oscilante luz de la bohemia. Puso su sombra a remojar en una ginebra sin tónica y dejó crecer sus palabras con el humo de su cigarrillo. Recuerdo su mirada, desgastada de tanto usarla, pero pulida con un exquisito brillo de vida. Comenzó a recitar una poesía como presentación mientras su aliento tallaba el aire de volutas grises:

El alma es igual que el aire.
Con la luz se hace invisible,
perdiendo su honda negrura.
Sólo en las profundas noches
son visibles alma y aire.
Sólo en las noches profundas.
Que se ennegrezca tu alma,
pues quieren verla mis ojos.
Oscurece tu alma pura.
Déjame que sea tu noche,
que enturbia tu transparencia.
¡Déjame ver tu hermosura!

Una poesía al trasluz del aliento denso del bar era igual de chirriante que un vaso limpio tras la barra. Dejó que el ambiente viciado de El Torino secara mi impresión húmeda de ron y dijo el nombre de su autor. Manuel Altolaguirre. No acerté a decir nada más ingenioso que un sonoro silencio, adornado con la sonrisa sincera que guardo para los encuentros familiares. Era uno de esos hombres anacrónicos, sacados de una novela negra de viñetas monocromas. Me lanzó una pregunta cuando estaba leyendo las arrugas de sus ojos. ¿Has tocado alguna vez un cello? La respuesta negativa de mi cabeza le abofeteó media sonrisa seca en su cara. A veces la vida te da la oportunidad de conocer historias que cambian la tuya. A veces la vida te da la oportunidad de emborracharte de un alcohol diferente al etílico y puedes degustar vicios ajenos. Me dijo que había visto una mujer que era un cello. Me habló del sonido eterno de ese instrumento, de su esencia y de su forma y figura. Me contó que cuando la tuvo delante sintió uno de los sonidos más bellos que tiene la vida.


Estás hablando de una fotografía de Man Ray, le dije por primera vez roncando las palabras de mi garganta, pero con la misma seguridad con la que una voz sensual te invita a una cama gratis. Siempre he sido un experto para perderme entre los nutritivos escotes de las mujeres que asoman por El Torino. Agarro las curvas femeninas con la misma pasión con la que trabaja un escultor. No me importa gastar la lengua con los labios de bocas ajenas o tallar mi saliva con la madera de la nariz de Pinocho, si eso me sirve para salir acompañado cuando se acuesta la luna. Sin embargo, debo reconocerte que no supe interpretar el mensaje de ese tipo. Me miró sin saber de qué hablaba y me respondió tan serenamente como el silbido de un sicario tras despachar su trabajo.

¿Man Ray? No sé quién es Man Ray. Yo hablo de una mujer que conozco. Cuando escuchas hablar a un cello, el sonido de su corazón te atrapa como el canto de una sirena, como el alcohol embriaga los sentidos de un borracho. Puedes ver qué color tienen los sentimientos y la música de la vida. La elegancia toma forma y el perfume de las notas embriaga el ambiente. Así es la mujer que conozco. Te hace vibrar como las cosquillas del arco que dan vida a las cuerdas. Te hace temblar cuando te mira. Y su sonrisa parte en dos la conciencia racional de un hombre y vuelve cuerdo a un loco. Es capaz de derretir el fuego con su cuerpo. ¿Has conocido alguna vez a una mujer capaz de pintarse los labios con el carmín del vino? Así es ella. Elegante y con clase. Créeme cuando te digo, muchacho, que cuando la conoces jamás has sentido una tentación tan atractiva y prohibida a la vez. El alma es igual que el aire, con la luz se hace invisible. El alma del cello no se ve, pero se siente, sólo así eres capaz de tocarlo.


Fue eso. Nada más. No volví a verlo. Susurró una historia breve como el suspiro de un niño. Tenue como la luz amarillenta de la barra. El hilo destilado de su voz me acomodó una imagen borrosa en mi cabeza que sólo recuerdo cuando bebo ginebra. Desde entonces busco a una mujer que se parezca a la de Man Ray. Busco a una mujer que me enseñe el decálogo de la tentación del vicio y el alma oculta de un violonchelo. Cuando la encuentre le contaré mi historia y se la dedicaré para hacerla inmortal. Sólo tendré que decir: "para el cello que me enseñó cómo suena la vida..."

sábado, 31 de octubre de 2009

Erótico chocolate

Lo sabía. Sabía exactamente por qué estaba allí sentado, con las piernas dormidas, y un dolor de cuello abrasador, pese al frío que le acurrucaba la piel en pequeños círculos granulados. Carne de gallina para una espera. Esperar. Quizás era lo que más le agobiaba, agotar su paciencia envenenada con la rabia que inundaba su cuerpo. Se movió un poco, para hacer circular la sangre lo mejor posible, pero sabía que aún le quedaba un buen rato con las rodillas flexionadas. Miró hacia arriba y observó unas enormes manchas de color verde oscuro, entrecerró los ojos dejando una rendija de luz… sí. Quizás África. Sí, África encajaba perfectamente con el perfil de aquella mácula que se convertía en el borrón que dotaba de informalidad higiénica a su cuarto de baño. Suspiró y dejó caer la cabeza en gesto de resignación entre sus manos. Estaba condenado a estar allí sentado, sin moverse, con las piernas entumecidas y el culo helado, pero no podía hacer nada. Nada. Sólo esperar. Al menos tenía un descanso, leve y minúsculo, que le estaba dejando algunos minutos para reflexionar sobre todo aquello. Para hacerle pensar sobre las ilusiones. ¿Qué es una ilusión para el ser humano? una visión desvirtuada de la realidad que se quiere ver. Un engaño o mentira que la conciencia crea en la mente febril de una persona cuerda y racional, similar a un sueño etéreo, pero con la capacidad de hacerse realidad. Quiso sonreír pero le salió una carcajada. ¡Menudo payaso estaba hecho!. Y todo por culpa de su adorado e idolatrado Mel. Entonces se puso serio y su rostro se tornó sombrío, pues tenía claro que iba a denunciarle. Lo denunciaría. Sabía que vivía en Barcelona y hasta se había hecho con su dirección.



No hacía ni más de veinticuatro horas cuando empezó todo, en el vestíbulo de su cine habitual, donde acudía todos los miércoles desde hacía más de diez años. Como acostumbraba, echó un vistazo a la cartelera y seleccionó la película nueva que iba a acompañarle esa noche. No tenía muy buena pinta, pero su papel de cinéfilo empedernido le obligaba hacer una visita semanal a su cine preferido, y el único filme que quedaba con algo de dignidad era ese. Compró su entrada y frenó sus pasos en el vestíbulo para aprovisionarse de un cargamento de golosinas dulces y saladas. Por ese motivo escogía la sesión de las diez de la noche, la mejor excusa para cenar palomitas con coca-cola, precedidas de un paquete de avellanas caramelizadas, y para rematar, una bolsita cargada de regaliz. Su estómago sabía rezar a tiempo y se preparaba para esos cócteles explosivos a media semana, a cambio, recibía una dieta sana y equilibrada el resto de días. Pero aquel miércoles fue diferente. Al acercarse a la vitrina de palomitas, y antes de saludar a Laura, la chica que le atendía en los últimos meses, algo le llamó la atención de forma inusual. Sus ojos se llenaron de asombro y el corazón le dio un vuelco vertiginoso. Sus pulmones se hincharon de aire y la boca segregaba un dulzor especial. Es la sensación del encuentro que paladeaba en ese mismo instante. Tras la vitrina aparecían, perfectamente ordenadas en su caja, las chocolatinas que tanto tiempo había esperado. Sonrió con labios bobalicones y su mirada se ablandó como si de una amante deseada se tratara. Pero no iba muy desencaminada tal sensación, pues esperaba encontrarla en su interior, guiñándole un ojo, besándose en la mano y lanzándole sus labios después de soplar sutilmente. Desde ese momento, supo que esa noche no habría palomitas con coca-cola, que no saborearía el caramelo de las avellanas, y que ni siquiera se mancharía la comisura de sus labios de negro, tras devorar el regaliz ávidamente. Empezaba a sospechar que esa noche, ni siquiera vería la película.


Conocía la obra de Mel. La conocía desde hacía mucho tiempo, pero por otros motivos diferentes a los artísticos. Ignoraba que sus pinturas eran el símbolo de un icono Pop de la época del consumismo. No le interesaba saber que cada uno de sus cuadros se relacionaba directamente con alguna multinacional, como el propio refresco que consumía. Tampoco se preocupaba en indagar sobre la forma y estilo en que sus figuras cuadraban a la perfección con los productos que aparecían en los lienzos. Sólo había visto uno, pero le daba igual. Le daba absolutamente igual. Lo único que quería, que deseaba fervientemente, era encontrar el premio que Mel le había sugerido cuando le encontró en una revista de corte erótico. No era la única publicación que tenía de ese estilo, pues hasta dos cajas de zapatos llenas bajo su cama, atesoraban en sus entrañas revistas de curvas peligrosas, perfiles imposibles, interiores atrevidos y deseos irrefrenables. Al ver la obra, pintura entre tanta fotografía resultaba extraña, pero no por ello menos atractiva, buscó información. Dio con ella en el pie de página, donde aparecía el autor, Mel Ramos… y nada más. Su imaginación tejió una red densa, amplia y extraña que terminó por atar cabos excesivamente surrealistas, pese a tratarse de un tema Pop, pero él no lo sabía. Ni le importaba. Nunca le importó. Ahora tenía la chocolatina ante sus ojos, la misma que tanto tiempo había esperado. La misma que tanto tiempo había deseado.


Abrió su cartera y sacó varios billetes. Sus ojos le brillaban y Laura se dio cuenta de ese destello inusitado en la mirada de aquel cliente habitual, la sonrisilla nerviosa y el pulso galopante que quebraba el aire en agitaciones convulsas. Cuando la joven comenzó a rellenar la correspondiente ración de palomitas, él negó con la cabeza y señaló la caja de chocolatinas marca “Snickers” que estrenaba localidad en la vitrina, extendió tres billetes en el mostrador y la requirió en su totalidad. Laura abrió mucho los ojos pero le despachó su petición, le cobró y le sonrió como hacía cada miércoles. Pero no era un miércoles cualquiera. No lo había sido desde que vio las chocolatinas. Acarició la caja con un gesto a caballo entre el cariño y la lujuria, aún en el vestíbulo del cine, sintió un calor sofocante ascender por su espalda y un vértigo que le cortaba la respiración. Estaba excitado y no podía esperar. Sacó su entrada del bolsillo, salió a la calle y se la dio a la primera persona que vio en la cola. Su imaginación daba forma a deseos carnales con ayuda de la lujuria, y la excitación le impulsaba a caminar cada vez más deprisa hasta su casa. Cruzó volando el zaguán, subió las escaleras de dos en dos y abrió la puerta a trompicones. Cerró tras de sí, se desnudó con una sola mano y se sentó en el sofá. Estaban solos él y su caja de chocolatinas “Snickers”. Se relamió nervioso. Estaba degustando ese momento con un placer inconmensurable. El brillo de sus ojos hacía desfilar la mirada en un vaivén intenso entre las barras de chocolate. El deseo y la lujuria eran dos ingredientes dulces para él, que se frotaba las manos al pensar, imaginar, sin problema alguno, la visión de una diosa pagana, de piel suave y rosada, de una blancura bella e idealizada, dorada cabellera, pechos turgentes y generosos, y un perfil perfecto. Una línea curvada en la armonía del equilibrio, uniéndose en una estrechez impecable. La sublime estructura formada de una Venus bellísima, que le miraba a través de unos ojos azules inmensos, cargados de sensualidad sugerente. Casi pudo sentir una erección. Chasqueó la lengua y se frotó las manos. Abrió la primera chocolatina y no encontró nada. Una suave brisa de decepción secó el sudor de su frente. Quizás tenga que comérmela. Una vez devorada la primera, sin éxito, acudió a la segunda. Le quitó el envoltorio y apareció otra nueva barra de chocolate. Se encogió de hombros y se la zampó en dos bocados. Comenzó así una tarea sistemática. Un bucle de tiempo encogió en repetición matemática el mismo gesto, a veces más rápido, otras a menor velocidad. Una tras otra, las chocolatinas se perdían en la ansiedad erótica del cinéfilo empedernido, que había cambiado su película por una ilusión.


Lo sabía. Sabía exactamente por qué estaba allí sentado. Esa ilusión… ya no era capaz de hacerse realidad, era una pintura. Se trataba de un tema del Arte Pop. Ahora lo sabía. Sabía quién era Mel Ramos a la perfección: un pintor nacido en Sacramento, California, en 1935, que descubre un filón a sus treinta años, en 1965, cuando sus mujeres desnudas representan marcas publicitarias en una época de consumismo y desarrollo. El estilo de cartel de Pop Art de Ramos deja al descubierto las estrategias de venta de la industria publicitaria al utilizar sus imágenes. Eso era. Un lienzo asqueroso entremezclado con las bellezas de su revista erótica. Un cuadro Pop… Ahora le importaba. Nunca le importó, pero ahora, mientras se deshidrataba sentado en el váter por comerse toda una caja de chocolatinas “Snickers” buscando una exuberante mujer de piel blanca y mirada fatal, le daba tiempo a pensar en su denuncia. Pensaba denunciarlo, sin duda alguna, porque la inocencia de personas como él podían verse en peligro. ¿Qué es una ilusión?, una visión desvirtuada de la realidad que se quiere ver. En ese momento otro retortijón acudió a su barriga y se retorció temblando. ¡Maldito Mel!

jueves, 22 de octubre de 2009

Atención, pregunta

lunes, 19 de octubre de 2009

Resaca

Al terminar el concierto de Wembley '86, aparece en el DVD el tema "Melancholy Blues", mientras el grupo aparece en backstage y abandona el estadio. Cada vez que termino una buena noche, una juerga indescriptible o una fiesta inolvidable, al día siguiente, ésa es la canción que suena en mi subconsciente.

Another party's over...



A pesar de todo, es un día maravilloso
And no-one's gonna stop me now, oh yeah...

viernes, 2 de octubre de 2009

Inglourious Basterds

"Au revoir Shoshanna!!"



Le doy un 9:


- Porque Quentin Tarantino consigue actualizarse sin dejar de ser él.
- Porque cuando terminas de ver la película, tienes ganas de volverla a ver.
- Porque la versión original (que por cierto recomiendo fervientemente) demuestra la grandísima riqueza que alcanza un tremendo elenco de actores internacionales, cada uno hablando en su lengua.
- Porque Brad Pitt hace un papel genial y exquisito, pero un desconocido Christoph Waltz le supera.
- Porque puede ser la película menos sangrienta de Tarantino, pero su huella y mano está presente a lo largo de toda la cinta. Vuelves a montarte en una montaña rusa de sensaciones.
- Porque tiene una banda sonora impresionante, con guiños al western (a los que estamos acostumbrados con Tarantino), el gran Ennio Morricone y detalles tan elegantes como el señor Bowie.
- Porque una desconocida Mélanie Laurent atrapa al espectador con su encanto y su aire fatal a la vez. Increíble interpretación.
- Porque hacía mucho tiempo que no escuchaba aplaudir en el cine al terminar una película.
- Porque Tarantino se permite la licencia de cambiar la historia, pero gusta el resultado.
- Porque tiene un principio épico que te deja sin aliento y te hunde en la butaca.
- Porque aunque los diálogos no tienen el ritmo alocado de otras películas de Tarantino, están equilibrados y perfectamente integrados en la tensión y humor de la película.
- Porque es una película bélica con pinceladas de ironía, clase y elegancia.
- Porque posee un guión tremendo.
- Porque las palabras en italiano de Aldo Raine (Brad Pitt) no tienen precio.
- Porque pagué seis euros por verla y los volvería a pagar.
- Porque le había dado un 8’5 pero pensé que sólo lo cambiaría por un 9 si la viera otra vez en el cine.
- Porque en una escena de gran tensión te comerías un pastel.
- Porque el coronel Hans Landa (Christoph Waltz) es capaz de sembrar terror con simpatía.
- Porque tres no es igual que tres.
- Porque baja el ritmo en algunas ocasiones y tiene momentos que la hacen algo lenta.


Si no te gusta la sangre, no la veas, aunque no tiene mucha para ser de Quentin, y además te perderás una cinta muy recomendable. Algunos dicen que Tarantino se ha perdido, que ya no es el que era, que la esencia de su cine se ha volatilizado con este film. Sin embargo, personalmente pienso que ha sabido equilibrar de manera magistral una nueva película.



FICHA TÉCNICA

Título español: Malditos Bastardos
Título oríginal: Inglourious Basterds (Inglorious Bastards)
Año: 2009
Duración: 153 min.
Director: Quentin Tarantino
Guión: Quentin Tarantino
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Robert Richardson

Reparto: Brad Pitt, Diane Kruger, Christoph Waltz, Daniel Brühl, Mélanie Laurent, Eli Roth, Michael Fassbender, Samm Levine, B.J. Novak, Til Schweiger, Gedeon Burkhard, Paul Rust, Michael Bacall, Omar Doom, Sylvester Groth, Julie Dreyfus, Jacky Ido, August Diehl, Martin Wuttke, Richard Sammel, Christian Berkel, Sönke Möhring, Mike Myers, Rod Taylor, Denis Menochet, Cloris Leachman, Enzo G. Castellari

Productora: Coproducción USA-Alemania; Universal Pictures / The Weinstein Company / Lawrence Bender Productions / Neunte Babelsberg Film


"No se vosotros, pero yo no bajé de las puñeteras montañas Humeantes, atravesé el condenado oceano, me abrí paso a tiros por Sicilia, y después salté de un puto avión para enseñar a los nazis humanidad. Los nazis no tienen humanidad por eso todo malnacido que encontremos con este uniforme...debe morir" - Teniente Aldo Raine

martes, 29 de septiembre de 2009

Ya no sale

Es un rito. Ya lo dijo don Rafael Montesinos, el rito y la regla. Todos tenemos un rito personal, cargado de símbolos e iconografía propia y familiar. Todos respiramos la tradición y costumbre enraizada en el corazón más profundo de nuestra semilla cofrade. Es así y así debe ser. Llegará el día, y como siempre, nos costará respirar. Llegará y necesitaremos inhalarlo entrecortadamente, como si el aliento fuera denso en nuestros pulmones y le costara entrar y salir. Nos faltará el aire y la emoción silenciará las palabras que sobran cuando hay gestos que lo llenan todo. Y habrá recuerdos, deshilachados en el ambiente por la ausencia de quien se quiere y no está. Será entonces cuando sintamos llegar el momento. Y no se hablará. Y será en silencio. Túnica sobre los hombros. Ya sientes el peso de la estación y el olor inmaculado, sin rastro del paso del tiempo. Huele a una tarde santa. A una noche eterna. Ceñirás cíngulo o cinturón de esparto. Botonadura o cola. Medalla propia y ajena, pero familiar. Y luego, cuando el aire que acaricie tu cara sea el de la calle, cubrirás tu rostro y serán tus ojos la única ventana de tu alma. Escucharemos a nuestras espaldas: ¡mira mamá, un nazareno!. Y habrá comenzado la Estación de Penitencia. Son los nazarenos dueños de su anonimato. El antifaz los convierte en iguales. Todos son figuras aisladas dentro de un conjunto equilibrado. El cortejo de la cofradía. Un año puede faltar uno, pero la gente no se da cuenta. Otro puede tener uno de más, pero tampoco se dan cuenta. Solo la madre, la mujer, el marido, el hijo, la hija, el amigo son conscientes de esa ausencia o de esa incorporación. Para el resto, es una masa articulada que se adapta al horario de paso. Un río de cera ardiendo que antecede al Señor y Su Madre.

Siempre he dicho que mis años comienzan en septiembre. Es en este mes cuando la vida laboral vuelve a ponerse en funcionamiento. Es en septiembre cuando queda un año para las vacaciones. Y es en este mes cuando empezamos a calcular con mayor frecuencia los días que faltan para Semana Santa. En esa cuenta, en la que caen las hojas del almanaque como marchitas manos de árbol, es cuando la ilusión se incuba de manera especial. Se acumula en nuestro interior y estalla el siete de enero, cuando la Estrella de Bagdad aún no ha dejado de brillar en el horizonte. Pero este año será diferente. Este año ya no sale. Dice nuestro amigo Diego que no quiere salir más. Dice nuestro amigo Diego que cuelga su túnica de red internacional. Ya ves, dirán muchos, un nazareno menos para el cortejo. Algunos no lo notarán, gran cantidad de internautas no se enterarán, a otros no les importará, pero muchos de nosotros notaremos el hueco en la fila. Dice nuestro amigo Diego que todo llega. Tal vez ya era hora de no volver a sacar más papeletas de sitio de este cortejo de redes. Tenemos que respetar su decisión, pues no cabe otra, pero no tenemos porqué estar de acuerdo. Yo no lo estoy amigo Diego, porque tus versos me han hecho reír, me han hecho reflexionar. Porque tus versos han traído incienso a mi cabeza, han sido la protesta de todos nosotros. Porque tus versos, amigo mío, me han emocionado. No me lo tengas en cuenta, que ya sé que tengo que respetar tu decisión, simplemente me he drogado demasiado con tus palabras y ahora, cuando vuelva a cruzar LaCava de la red buscándote, notaré tu ausencia en las filas. Son los nazarenos dueños de su anonimato. El antifaz los convierte en iguales, pero muchos de nosotros nos daremos cuenta que este año, cuando el azahar sea semilla y el incienso ni siquiera esté mezclado, nos faltarán los versos de nuestro amigo Diego, Lacava. Gracias por regalarnos tres años de exquisita elegancia escrita. Aquí tiene voacé su casa y, no te preocupes amigo, que dejaremos la puerta abierta, por si acaso se te ocurre regresar.

lunes, 21 de septiembre de 2009

911

Norman Bale tenía la esperanza de encontrar al culpable atrapado en el hilo de voz de la llamada que esperaba. Era su última carta, y ni siquiera estaba en la manga de la comisaría. Maldita corrupción. Estaba solo y masticaba con dificultad el ambiente viciado del escenario del crimen. Un experto en líneas telefónicas le había dicho que encontrar los apellidos del asesino sería tan difícil como besar a una mujer al empezar la noche. Se quitó el sombrero y pasó los callos de su diestra por la incipiente calva que se derretía por la coronilla. No le dolía el corte que tatuaba su mano de bellas costras amorfas. El humo etílico hace heridas que la memoria es incapaz de recordar. Echó un vistazo a su alrededor y observó la tramoya de aquel teatro grotesco. El cuerpo había caído más allá de la puerta de entrada. Se encontraron de frente pero fue estrangulada por la espalda, algo realmente extraño. Se conocían. El cabrón la atacó cuando se dio la vuelta, justo después de abrir. Ella estaba hablando por teléfono y no pudo reaccionar. Su último suspiro ahogado en el auricular, ése era el eslabón perdido, saber quién la llamó. Nylon hilado para apretar las cuerdas vocales de la víctima. Aún no había visto a la pobre mujer. Habían llevado el cuerpo al depósito y cuando llegó ya no estaba. A Norman siempre le parecía la muerte una dama excesivamente pálida y fría, portadora del invierno, y no por su aspecto, sino por su relación con el depósito de cadáveres. Tal vez por eso solía decir que prefería morir en un incendio o borracho de ron en la playa, donde la muerte no se atreviera a llegar. Le dieron un par de fotos que todavía no había ojeado, siempre tenía la costumbre de respirar con la vista cualquier detalle que flotara en el ambiente. En la casa no había ninguna pista del autor de aquella obra del crimen. Ningún indicio de robo ni tampoco de violación sobre la víctima. Y algo muy extraño… había agua en el suelo, pero ni rastro de sangre o cristales. Bale chasqueó la lengua y suspiró. En su cabeza había un concierto ilegal de tambores zulú que convertía el alcohol de la noche anterior en un malestar espectacular. Mientras aquella muchacha bailaba la danza de la muerte con un asesino, él fabricaba una impresionante resaca en algún garito putrefacto de la ciudad que ni siquiera recordaba. Era uno de esos días en los que odiaba la vida y buscaba venganza en la muerte. Sacó un cigarrillo y empezó a consumir el tiempo en volutas de humo.

Volvió a mirar el móvil. Steve le había pasado el número de un contacto capaz de piratear las llamadas de la centralita de teléfonos. No podemos hacer eso hasta que tengamos una orden, le habían dicho en comisaría. Menuda gilipollez. Él se buscaría sus medios para averiguar lo ocurrido. Todo confidencial. Todo ilegal. Norman conocía al colega de Steve por un número, el 911, y por supuesto, con esto el susodicho gusano se aseguraba protección, y no precisamente bajo tierra. No preguntaría para quién iba dirigida la información ni nada por el estilo. Algo limpio, fácil y eficaz. Sólo tenía que decir el nombre y colgar, entonces Norman tendría al asesino. A Bale le daba igual tener que recurrir a la calaña de los bajos fondos de aquella manzana podrida con tal de obtener buenos resultados en su trabajo. Terminó el cigarrillo y hurgó en el bolsillo de su gabardina buscando las imágenes de la víctima que pretendía vengar. El rostro que vio en las fotografías le arrancó la resaca de raíz y requisó su halitosis. Un brillo húmedo decoró la frente pálida que servía de visera a dos ojos incrédulos inyectados en sangre. En ese momento sonó el móvil. Pegó un salto y miró la pantalla como si no comprendiera nada de aquello. Un número oculto.

- ¿Sí?
- 911
-
Sí.
- Norman Bale.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Estabas equivocado

Llegábamos algo más tarde que otros años. Parecía que estaba saliendo todo a pedir de boca, aunque pareciera ser una trama cargada de golpes de efecto. El hilo argumentativo de esa película en la que todo va perfectamente hasta que al director, o al guionista, dependiendo de la soldadura del cerebro de cada uno, se le ocurre aliñar la historia con un quiebro. Y no una bicicleta o un taconazo llegando a la línea de fondo, pues sería espectacular, sino otro tipo de regate. Algo furibundo para el espectador. Pero, afortunadamente, iba todo sobre ruedas, o sobre zapatillas de esparto olvidadas por deportivas. Mejor, mucho mejor. Pero que todo estuviera saliendo bien no significaba que no llegáramos algo más tarde que otros años. Se notó enseguida. La gente se agolpaba con ansia y el ambiente traía aires cargados de humo aromático, pero aún no se veía ni la cruz de guía. Cogimos asiento frente a la farola que está a eje con la puerta. Un buen sitio. El suelo aún sigue siendo gratis. Desde allí podíamos contemplar la entrada sin problemas. Miré al cielo buscando estrellas. Enfoqué lo mejor posible, pero la contaminación lumínica había guardado las estrellas en la mochila de su luz, así que lo único que pude distinguir fue un negro perfectamente limpio. No llovería al día siguiente. Y casi enfrascado en mis predicciones miopes, el redoble del tambor sonó de la misma forma que huele un petisú recién hecho. Creció el rumor, aumentó el público y pronto regalaron pisotones y empujones a diestro, siniestro, delantera y trasera. Yo saqué mi cámara nueva. Una flamante Canon Reflex Digital que me hacía babear cada vez que la miraba y maldecir a final de mes. No tenía ni idea de cómo usar más de la mitad de los botones que ocupan su dorsal, pero si girabas el objetivo eras capaz de ver las imperfecciones faciales de un niño de dos meses. Poco más sabía, así pues, modo automático. Pulso el disparador y el flash ejerce una erección fulgurante. Presiono con más fuerza y la imagen queda petrificada en el momento exacto. Un instante del tiempo atrapado en un fragmento de segundo. Sientes la luz, ves la luz, pero sólo en tu recuerdo. No eres capaz de seguir el encendido y apagado lacónico del destello, solo intuirlo. Sabes que ha ocurrido, y como prueba de ello, aparece un resorte en tu memoria que queda archivado, pero apenas es una idea. Una impresión fugaz de algo familiar.


Todo es efímero. Me lo habías dicho con naturalidad. Me encogí de hombros y acepté aquella afirmación. Al fin y al cabo llevabas razón. Pero ese día, mientras esperaba al segundo de los pasos, supe que te habías equivocado. Todo tiene un final. La existencia es perecedera y el Barroco nos lo enseñó hace cuatrocientos años. La Semana Santa es barroca en su mayor parte. Contemplé aquel río de capirotes morados de hermanos nazarenos avanzando por la calle Oriente y girando en San Benito para aparecer su blanco inmaculado. El desgaste y la erosión se hacen patente en cada una de las marcas hechas por las horas. Los cirios han consumado el tiempo, y éste se ha evaporado en volutas negras y derretido en recuerdos sólidos. La cera puede ser un ejemplo brillante para ilustrar esta reflexión. Cuando los años hayan llenado de polvo el alma de la memoria, las cenizas de la vida sustituirán nuestra existencia. Fue entonces cuando me di cuenta que te habías equivocado, al ver aparecer al Santísimo Cristo de la Sangre. Tambores y cornetas para un Crucificado de suma elegancia y clase exquisita. Música para los cuatro clavos de la calle Oriente. Se siente el aire de Juan de Mesa en las manos de Francisco Buiza. Se palpa el Amor en la Sangre de Cristo. Giró y avanzó por la calle para encontrarse con la puerta. Desde hace años espero el segundo paso con otras cosquillas diferentes, con un interés especial. Y allí estaba el bosquecillo de ángeles mancebos, el Sacramento y el Hijo de Dios. Un nazareno levanta la mano. Lleva bocina. Yo te sonrío, intento saludarte y hago el mayor de los esfuerzos por hacer una foto decente. Al menos que se vea bien. Lástima. Otro año será. Me dio coraje porque no pude acercarme para decírtelo. Para comentarte que me había dado cuenta que estabas equivocado. Luego pasaron los días, las semanas y los meses. Nos vimos, pero nunca te lo he dicho. Y ahora, intentando escribir algo con sentido para ti y tu cumpleaños, me acuerdo de este momento. Menuda entrada que me está saliendo... ¿aún no sabes por qué estás equivocado?



Amigo Antonio, a veces nos da la sensación de que pasaremos desapercibidos en la vida. A muchos les preocupa este detalle pero para otros, no deja de ser algo inevitable. Me dijiste que es efímero cuanto nos rodea, que todo es perecedero. Quizás sea así. Algunos momentos son destellos cegadores. Imágenes desvirtuadas por el paso del tiempo que han perdido su nitidez. Recuerdos atrapados en figuras sin color. Son la pincelada fulminante de un instante atrapado en la memoria. Como la luz del flash. Sabemos que ha ocurrido y las sensaciones que tuvimos permanecerán intactas. En otras ocasiones, sin embargo, somos conscientes de cómo se derriten los años a nuestro paso, y aflora la angustia por el apetito voraz del tiempo. Todo se consume, como el cirio que nos acompaña en nuestra Estación de Penitencia. Cada año, una velita más en la tarta de la vida. Esta es la teoría y, casi siempre, la realidad. Pero la noche del Martes Santo, cuando contemplé el rostro del Cristo de la Sangre, su bello perfil compacto, más reunificado que el mesino del Amor, me di cuenta que no llevabas razón. Un hombre como tú no debe preocuparse por lo efímero o por el paso del tiempo. Lucía y Martín aprenden contigo los valores necesarios para moverse en este mundo que cambia cada día más. Lo sé porque lo he visto. Eso es suficiente. Esto te hará imperecedero porque ellos se encargaran de transmitirlo, como tú lo hiciste. Será la mejor forma de evitar la fugacidad de los momentos. Y luego está Él. El Cristo de la Sangre. Muchos de nosotros lo relacionamos contigo, y Él, amigo mío, no es efímero. Es eterno.


Para mi amigo Antonio en el día de su cumpleaños, dueño de un Callejón y de un Arroyo, palangana (nadie es perfecto), buen filósofo, gran persona, merecedor de una entrada mejor...

domingo, 13 de septiembre de 2009

Mihrab

A veces, el Amor es el motor que mueve al mundo, este detalle no es algo discutible, sino necesario. Es el engranaje que mueve la vida, o al menos debería ser así. Pero en otras ocasiones, el Amor escuece y duele. Se convierte en víctima de su propio crimen. Autor de aquellas grandes heridas que abrasan el espíritu de una forma incandescente. Es un dolor espinoso y agudo, que restalla como si veinte puñales cruzaran tu pecho en varias direcciones. Puede que entonces, sólo en ese momento seas consciente de que has amado. De que amas, aunque no seas correspondido. De que has tocado el Amor y has tenido la oportunidad de conocerlo. De saborearlo, aunque ya no puedas degustarlo más. De acariciarlo, aunque el tiempo y las circunstancias te lo hayan arrebatado de tu lado. Puede que por ese motivo te encuentres a ti mismo llorando, ante un espejo de lágrimas y no reconozcas tu reflejo. Que tus sentimientos salados resbalen por tus mejillas de la misma forma que la angustia abraza tu corazón. Sientes que todo se desmorona a tu alrededor y que nada tiene sentido. Pero tal vez, la peor de las sensaciones sea la del final. La de padecer las postrimerías de algo inolvidable. Un crepúsculo de emociones vividas que tocan a su fin en un momento determinado. Sientes un vacío enorme que sólo puede llenarse con la tristeza y la pena de lo que se va. La nostalgia y la melancolía se apoderan de ti y un velo nubla tu visión, desvirtuando la realidad. El resto, todos esos pedazos que se esparcen por el suelo, no es otra cosa que tu corazón, desvencijado y malherido. Destrozado por remiendos y puntadas que no han servido para unirlo. La soledad te tortura cuando los recuerdos te asaltan y te sigue cuando estás rodeado de gente. Nunca estás acompañado, excepto por ella misma. Atraviesas campos yermos por un sendero sin vida, donde el infinito se trasluce en una línea horizontal que separa el cielo de la tierra, y a los lados del camino, preguntas sin contestar. Por mucho que avanzas, nunca se pone el sol, pero tampoco está amaneciendo. Es un eterno atardecer. Un ocaso inmortal.


Puede que eso sintiera él, vagabundeando por la arena fría de la playa. Allí donde acabaron una noche, se perdió borracho de recuerdos. Nunca el silencio había estado tan sólo. Nunca la soledad había atormentado tanto a una persona. El sol se despedía del cielo y prendía fuego al horizonte. Se sentó en la arena para ver cómo avanzaba el tiempo, pero se encontró con un billete al pasado. Todo se presentaba como un eco de emociones vividas. No había aire. No había viento. No había ruido. No había nada. El silencio roto, solamente, por el bombeo continuo de un corazón a punto de reventar de dolor, mientras el astro rey, moribundo, exhibía su imperecedera agonía sin despedirse de la claridad del día. Las olas se encontraban en un abrazo cíclico con el mar una y otra vez, pero todo era silencio. Nada se atrevía a matar su soledad. A veces, la ausencia de algo o alguien, hace que su presencia sea más fuerte. Y allí estaba la caseta del vigilante, rodeada de un lienzo anaranjado que servía como telón de fondo a un momento blanquinegro. Hay ocasiones en las que te encuentras con tu pasado y los recuerdos asaetean tu alma. Y así estaba él, agonizando a través del tiempo y sus estampas oscurecidas por el desgaste de la memoria. Aquella torre, aquella casetilla anclada en la arena, le dolía en el alma, tal vez porque fue en ella donde descubrió abrazos con sabor a mar. Ahora estaba sola. Bajo su techo de madera, ya nadie se acariciaba con la mirada y se besaba con las manos, como hicieron él y ella esa noche. Ahora veía la estructura triangular como un elemento inmaterial. Un pormenor del destino prendido del cielo. Volatilidad de un lugar inmaterial, sagrado, como el mihrab de una mezquita.


Ninguna figura antropomórfica decora el mihrab. Nada que represente a su dios. Posiblemente ese carácter esotérico, ese prisma de inconfesable misticismo, adquiere su propia representación. Un muro orientado hacia la Meca. Sencillamente una pared que delimita el fondo de la mezquita, a eje con la entrada principal. Se puede rezar en cualquier lugar, siempre y cuando la dirección esté orientada a esa pared llamada quibla. Y en ella, como un sencillo punto cardinal sobre el que responder con las reverencias divinas, un nicho. Un hueco cóncavo que se abre para no albergar nada. O para albergarlo todo. Eso es el mihrab. El lugar donde está todo lo santo. No hay representación ninguna, pero a la misma vez, el significado que desprende, todo el poder que destila el vacío sacro, lo convierte en una parcela de un gran poder sagrado. La rica decoración a la que está expuesto, sus bellos ornamentos y la disposición de sus elementos, responden a unas pautas arquitectónicas, pero no esculturales o figurativas. En el mihrab, esa ausencia de figuración, se resuelve con la luz, que emana a borbotones y se derrama desde su cúpula. La mezquita solía ser un edifico oscuro, tan sólo iluminado por hachones o lámparas de titilantes y dubitativos rescoldos de luz. Sólo algunos puntos concretos, necesarios para no andar envueltos en la penumbra completa. Todo se intuía bajo un manto oscuro, y ni siquiera los bellos relieves o la decoración de ataurique, símbolo inequívoco del paraíso, podían verse sin esforzar la visión. Pero el mihrab era diferente. En el mihrab no había representación humana o animal. Pero había luz. Una luz etérea. Una luz fuerte y poderosa que entraba por los lunetos horadados en el tambor de su pequeña cúpula. La esfera superior, la media naranja que resultaba ser el techo de aquel hueco vacío, parecía flotar en el aire. La claridad de ese lugar cegaba al creyente tras salir de la penumbra de las naves de la mezquita. Era entonces, sólo entonces, cuando aquel resplandor se sentía más sagrado que nunca. Misticismo envuelto en el espíritu de lo sagrado y lo poderoso. Dios existía. Un Dios que no necesitaba representación alguna. La cúpula flotaba en un colchón de luz, dotado de brillos sobrenaturales, y el aire de aquel lugar desocupado, el único iluminado cenitalmente, se convertía en algo sagrado. Divino. Allí estaba Dios. El poder inconmensurable suspendido en un halo etéreo, sutil y vaporoso. Todo en ese espacio vacío, sin nadie aparentemente, pero lleno de una fuerza indescriptible.


Como si fuera un musulmán, se acercó a su mihrab particular y acarició su base. La madera estaba fría. Accedió a su parte posterior y tocó la subida. Los peldaños de la escalera estaban húmedos por el ambiente marino, y una leve brisa le susurraba al oído risas perdidas en el fondo de sus recuerdos. Caricias escritas en la arena que el aire del tiempo se encargó de borrar. Besos salados con espuma de mar que la bruma desvaneció. Sólo quedan los recuerdos atrapados en un álbum de soledad. Está sólo y roto por el quebradizo dolor de esos momentos vividos que ya no volverán. Tan sólo es una sombra del hombre que fue. No se acordaba de reír y tampoco se acordaba de olvidar. Daba lo mismo, porque el olvido te puede quitar a alguien de tu mente, pero no de tu corazón. Subió las escaleras hasta aquel reducto de su memoria, atrapado en un filtro monocromo, y se sentó en la base del nicho sagrado. El sol aguantaba su agonía y retrasaba su muerte en el lecho del horizonte. Y allí estaba, cansado de luchar con el destino y herido por varias estocadas de su propia vida. Un soldado atormentado por el transcurso de la batalla, agotado por el paso del tiempo, o quizás por la lentitud del reloj de arena. Un espejo desgastado, sucio y sin reflejo de nadie. A veces buscamos en el presente detalles del pasado, otras aparecen sin esperarlo. Quizás fue su subconsciente, pero consiguió verse a sí mismo desde fuera. Era como si su mente y espíritu hubieran abandonado su cuerpo. Pero no se veía sólo. Estaba apoyado en la baranda de la casetilla, la pared sagrada del mihrab, y la abrazaba a ella. Ya no era el sol, sino la luna la que bañaba con su luz la oscuridad de la noche. Ya no era uno, sino dos otra vez. Risas entrelazadas en murmullos cariñosos, mientras las olas y su melodía rítmica, sembraban el aire de besos salados. Era Amor y abrasaba con una pasión desbordada.


Volvió a su cuerpo, o quizás no lo abandonó nunca. Sólo era un viaje retrospectivo a lo más profundo de su alma. Allí donde los sentimientos se desbordan en oleadas de pasión incontrolable y campan a sus anchas sembrando emoción. Se sintió llorar. Se escuchó rompiendo el silencio del atardecer en mil pedazos. Volvieron las olas con su murmullo constante y una ligera brisa le envolvió en el eco de su lamento. Y su perfume prendido con alfileres de caña le acarició el rostro. Se levantó de un impulso y se asomó por encima de la barandilla buscando con ojos sedientos. Los rincones de la playa esperaban vacíos. Soledad inquieta y calma lacerante. Una angustia desgarradora le atravesó el pecho, mientras su mirada rastreaba queriendo encontrarla. Pero no halló respuesta esperanzadora y una trenza espinada decoró su ánimo. Lentamente, se acercó a las escaleras y descendió de su mihrab. La casetilla seguía estando fría y un aire gélido soplaba para despedirle. Las olas besaban la orilla con su espuma de plata y decoraban el ocaso con su rumor esponjoso y delicado. Todo se había consumado y las manecillas del reloj habían decidido avanzar. El cielo se vestía de un manto escarlata y el sol se ahogaba en un último suspiro, atravesando las entrañas del horizonte en su descenso mortal. Estaba de nuevo en el suelo granulado y deambuló en círculos sin saber dónde ir. Algo extraño sucedió entonces. Unas manchas pardas se convirtieron en exorno polícromo de la arena. Unas gotas de sangre cayeron a sus pies. No sabía si era el cielo el que se desangraba o si era él, que se había magullado al bajar la escalera. Pronto se dio cuenta que la sangre manaba de su pecho, donde una herida abierta le demostraba que tenía roto el corazón. Lo observó con pena y tristeza. Estaba ajado y maltratado, cubierto de remiendos deshechos y contusiones sin curar. Sacó de su bolsillo un hilo de sutura ensartado en una aguja esterilizada y remendó aquella herida que sabía se abriría pronto. La próxima vez que los recuerdos le acuchillaran el alma. La próxima vez que la ausencia le recordara que la echaba de menos.


Fue así como emprendió el camino de vuelta o, tal vez, prosiguió su viaje. Continuó avanzando por la arena fría y húmeda. A veces le daba la sensación de que todo le pesaba. Se sentía cansado y agotado, y un torbellino de preguntas asaltaba constantemente su cabeza. No solía encontrar las respuestas indicadas. Y era así como naufragaba en un mar de dudas e incomprensión, a la deriva de su propio destino. Luego volvían a sonar los tambores del tercio, suspiraba, sacaba la toledana y la vizcaína, se apoyaba basculando en su cadera y apretaba los dientes. Listo de nuevo para ganarse sus cuartos, aunque la paga se retrasase. El crepúsculo era de un azul marino exquisito. No había rastro de aquella sangre derramada por el sol. En su lugar, un bello filtro violeta, con tonos malvas, descendía como el principio de una nueva obra teatral a punto de comenzar. La noche estrenaba función en unos instantes y esperaba su salida a escena. Su foco principal ya iluminaba el telón. Era hora de huir. La luna amenazaba con traerle nuevos recuerdos.



'Servilletero', Tirada 7 (2004) - Chema Madoz

sábado, 5 de septiembre de 2009

Reina asesina

Elegante y con clase, te atrae como el alcohol perfuma la conciencia del etílico fumador. Pero no te equivoques, el armiño esconde secretos prohibidos de placer y la persuasión queda prendida con un buen toque sutil de Moet et Chandon. Cuando estés acariciando la refinada delicadeza de un pastel dulce, la sal que curará tus heridas saltará en puñados incontrolables ante una invitación inusual, pero tentativa. Irrechazable. Te engatusará con caviar, cigarrillos a medio fumar y la figura impecable de una dosis exacta de amabilidad, para ofrecerte una invitación al camino del deseo. Y es increíble. Espectacular física y personalmente. No podrás verlo, porque te cegará su acento aristocrático -baronesa- pensarás, y luego, siempre que se te apetezca, te deslizará el veneno de la pasión más fogosa. Cuando la conoces, no puedes dejar de mirarla, y su sensual contoneo perfumado te recordará a París. Un gusto exquisito que no se pierde siquiera cuando te desliza bajo su mirada la pretensión más oscura y placentera que hayas experimentado. En cualquier momento, a ese precio, recomendable.

Y es que muchos no lo saben hasta que lo prueban. Ella es tan elegante como una dama de noble cuna, pero tan letal como una reina asesina. En cualquier momento te dará a probar sus secretos más ocultos. El ardiente corazón de una llama por dentro romperá la voluntad en dos y la pólvora inflamará la dinamita. Te perforará el subconsciente como un rayo láser, y cuando quieras darte cuenta, la gelatina te habrá despeinado la cordura. Un apetito insaciable, ¿quieres probar?





Killer Queen


She keeps Moet et Chandon in her pretty cabinet
"Let them eat cake" she says just like Marie Antoinette
A built-in remedy for Kruschev and Kennedy
At anytime an invitation you can't decline

Caviar and cigarettes, well versed in etiquette
Extraordinarily nice
She's a killer queen, gunpowder, gelatine
Dynamite with a laser beam guaranteed to blow your mind
Anytime
Recommended at the price
Insatiable an appetite, wanna try?

To avoid complications, she never kept the same address
In conversation, she spoke just like a baroness
Met a man from China, went down to Geisha Minah
Then again, incidentally, if you're that way inclined

Perfume came naturally from Paris
For cars she couldn't care less, fastidious and precise
She's a killer queen, gunpowder, gelatine
Dynamite with a laser beam guaranteed to blow your mind

Anytime

Drop of a hat she's as willing and playful as a pussy cat
Then momentarily out of action, temporarily out of gas
To absolutely drive you wild, wild...
She's all out to get you

She's a killer queen, gunpowder gelatine
Dynamite with a laser beam guaranteed to blow your mind
Anytime
Recommended at the price
Insatiable an appetite, wanna try?


"Trata de una prostituta de lujo. Intentaba decir que las personas con clase también pueden ser putas. De eso trata la canción, aunque preferiría que la gente la interpretara a su manera, que vean en ella lo que quieran ver" - Freddie Mercury



Happy Birthday Freddie
05-09-46/05-09-09

lunes, 31 de agosto de 2009

Es diferente



“Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí, en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos. Más tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada”Ocnos, Luis Cernuda

Es diferente. Está claro y fuera de toda duda. Es diferente cuando no la sientes cerca. Tan diferente como algo inexistente, pero añorado a la vez. Es el saber que no puedes tocarla, olerla, oírla, que no puedes besarla, contemplarla, degustarla, que no puedes sentirla. La carencia total de cada una de las emociones que tiñen tus versos de la memoria con bellos colores monocromos. No hay que darle más vueltas porque es así. Sin más. Pero a veces, sólo en ocasiones, es necesario recordar, y hacer recordar, y cuando la memoria ha desdibujado los perfiles nítidos de la última imagen, sólo quedará la sensación imborrable e incorrupta, inmaculada incluso, del primer sentimiento vivido, pero también revivido. Y no es otra cosa, sino el exilio, bien forzado bien placentero, el que hace quebrar nuestro corazón cuando acudimos a un Amor incondicional. Es ella, y siempre lo fue. Y lo es. Y lo será cuando su perfil aparezca insinuado en la tibieza del aire cálido que solo tiene su cielo, perfumada con la dama de noche de un manto iluminado, brillante bajo la luz que posee o sensual tras un velo calado de fina lluvia. Cuando aparece sentada a los pies de la Cuesta del Caracol, esperándonos justo después de la corona del Quinto Centenario, entre las cuerdas del arpa del Alamillo o detrás de un pequeño indio que otea el horizonte de asfalto.


Por muchas cartas que le quieran escribir a esa mujer de origen fenicio, entrañas romanas, alma árabe y nombre de reconquista, los recuerdos de las primeras sensaciones serán el perfume que nos embriague cuando estemos fuera. Y es diferente. Ya lo dijo don Manuel Chaves Nogales “Hay, sin embargo, otra ciudad -¡hay tantas ciudades en cada recinto!- para los exégetas meticulosos, para los líricos, siempre insatisfechos, hambrientos de un hambre insaciable de ideal”. Es diferente porque cuando no estamos cerca, es cuando nuestros momentos a solas, nuestra intimidad compartida, acude a borbotones y nos hace revivir de manera especial esa complicidad que solo tenemos con ella. Porque Sevilla es la Giralda, la Torre del Oro y los Alcázares para los turistas, pero para muchos de nosotros es algo más. Es un adarve fresco, un jardín templado calado de luz, el escarceo amoroso de la trasera de un palio, una tapita de boquerones en adobo, el brillo del Giraldillo cuando las nubes esconden al sol, el olor de la mañana de un domingo silente, la cervecita del Tremendo, la primavera de su otoño, la luz de su Viernes Santo, el albero de nuestra ropa el domingo de Feria, el sabor de la grama del Parque del Alamillo, el sonido que tiene el reflejo del río, la espina clavada de un Cisquero, el sabor de Triana, la esquina de Santa Catalina, el color de las fuentes, el tacto del Parque de María Luisa, el cajón que corona un Traspaso, la nieve con perfume de azahar, el verde de la Palmera, el frío luterano, el olor del Rinconcillo, la hiedra de la calle Mármoles, el rojo de Nervión, la muralla del Valle, la lona verdiblanca, los coroneles alineando soldaos de la calle Gerona, el sabor del incienso, el farolillo rojo, las croquetas del Ovidio, la mancha de cera en la chaqueta, el chirimiri que cala, el magnolio de la esquina, los calentitos celestiales de doña Juana, la palmera de San Juan de la Palma, el codazo del Vizcaíno, el suspiro de miel del Señor del Cementerio, los adoquines de la calle Sol o el Monasterio de San Jerónimo.



Sevilla no es la ciudad más bonita del mundo, a veces amanece acuchillada por zanjas, su transporte público adolece de mejora, es agobiada por obras y mutilada en su idiosincrasia interna, anclada en la mentalidad rancia de alguna élite vagabunda y asfixiada en su intento de contemporaneidad en muchas de las ocasiones. Pero a pesar de todo, la quiero, estoy enamorado de ella, no puedo, ni quiero, hacer nada por evitarlo, y ella lo sabe.

He vuelto, y quizás la mejor de las sensaciones sea la que tenía aquel niño de don Luis Cernuda cuando acudía en busca de la ciudad una mañana veraniega de domingo, uno de esos paseos exquisitos e íntimos que recuerdo cuando estoy fuera: “Pero siempre sobre todo aquello, color, movimiento, calor, luminosidad, flotaba un aire limpio y como no respirado por otros todavía, trayendo consigo también algo de aquella misma sensación de lo inusitado, de la sorpresa, que embargaba el alma del niño y despertaba en él un gozo callado, desinteresado y hondo. Un gozo que ni los de la inteligencia luego, ni siquiera los del sexo, pudieron igualar ni recordárselo”Ocnos, Luis Cernuda



Fotos de nuestro genial Canónigo

jueves, 30 de julio de 2009

Aviso: vuelvo en septiembre

Parecía que el tiempo me sonreía al fin, que había dejado de devorarlo todo, que respiraba sin dificultad y que el aire era limpio y ocioso. Cargado de ideas. Cargado de proyectos. Cargado de letras que juntar. Cargado de palabras que repartir. Cargado de cántaras de agua fresca, endulzada con higos, para calmar la sed de mis parroquianos. Así me dirigía al puesto del agua. A mi blog, que esperaba encontrarlo cubierto de polvo y abandonado. Y fue doble la sorpresa. Mis amigos, ustedes, no lo han abandonado, y lo han mantenido con vida en mi ausencia, la mayor de todas las que ha sufrido. Una ausencia excesiva que se prolongará al menos un mes más. Y ahí es donde entra mi segunda sorpresa pues, decidido a trabajar sin ayuda de las Musas, me encontré con ellas, que me esperaban dentro. Sí. Gran sorpresa. Las Musas habían decidido venir a verme al final, pero no estaba en mi sitio, por eso me las encontré esperándome. Les ofrecí quedarse, pero rehusaron mi invitación. Me propusieron un trato... irme con ellas a la playa. O que se vinieran conmigo. Y no sé porqué, pero había visto a esas Musas en algún lado, y no era precisamente un cuadro de Tiziano o Rubens.


Y aquí estoy, en Isla, rodeado de mis nueve Musas y deseando ver la cara que pone Er Tato cuando vaya a su chiringuito, las vea y le pida diez mojitos. O nueve, y un tinto para un viejo soldado de los tercios de retaguardia, donde la vida te cicatriza por fuera y por dentro.

Servidor volverá en septiembre, y creedme cuando os digo que estas Musas ya han dado sus frutos, mas no seais mal pensados -¡pardiez!- que me han inspirado para escribir. Ya hay nuevas historias. Ya hay nuevos proyectos. Nuevas secciones. Algunos cambios, no profundos, aunque sí necesarios. Mi blog volverá a tener vida a partir de septiembre. Ahora necesito descansar de un año duro, relajarme y disfrutar con mi familia y amigos. Os dejo al cuidado de este humilde puesto hasta que vuelva, y también dejo algunas preguntas cuyas respuestas espero me hagan reflexionar: ¿qué os gusta menos de este rincón?, ¿qué creéis que tiene que mejorar?, ¿qué os gusta más?, ¿qué no cambiaríais de esta vuestra casa?.

Os deseo un feliz verano a todos y cada una de vuesas mercedes.

Vuestro amigo Ramsés.

martes, 9 de junio de 2009

¿Sabéis qué significa este cuadro?


"Saturno devorando a sus hijos"

Francisco de Goya y Lucientes
1820-1823


...pues eso.

sábado, 6 de junio de 2009

Seis de junio, dos genios

“No sabemos lo que hacían los padres de Velázquez. De ser hidalgos, ‘con lustre’, no harían nada, sino vivir de las rentas o propiedades que pudieran tener. Si eran conversos o cristianos nuevos, es probable que se dedicaran a alguna actividad. Su hijo primogénito, Diego, nació el 1599; fue bautizado en la parroquia de San Pedro el 6 de junio, siendo padrino Pablo de Ojeda” - Julián Gállego

Cuatrocientos diez años que nació don Diego. Felicidades querido pintor. Gran genio.
1599-2009

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Du Guesclin nació un 6 de junio. No Bertrand, el general francés, sino Sergio, nuestro general, sevillano, para más señas, que alumbra el camino del conocimiento de esta tierra mariana. Batallador y luchador nato, investigador pasional y arquitecto profesional, historiador vocacional y nazareno de la más bella de Las Angustias.

Felicidades don Sergio, general que nos enseña la Historia de esta bendita ciudad. ¿No sabéis quién es?, quizás ahora sea un buen momento para conocerlo, allí donde sus Sevillanadas son el azote de la ignorancia y la desidia contra el Patrimonio.

martes, 2 de junio de 2009

A day in the life


Cuando la rutina desaparece convertida en trizas por una bofetada que te despierta, que te sumerge en altas dosis de realidad, el aire se vuelve denso y espeso. Casi inexistente. La atmosfera se contrae en un velo grueso que se ciñe a tu rostro sin dejarte respirar, apretando cada vez más, pero sin llegar a ahogarte completamente. Al principio deseas zafarte de esa barrera que te impide respirar, o al menos, que te retrasa la toma de oxígeno necesaria para mantenerse con vida. Te sientes como si practicaras submarinismo, pero sin tubo ni gafas. Una experiencia pueril, recuerdo de nuestra infancia, cargada de un riesgo inexistente. Tu cuerpo ya está mojado. La superficie te besa en el cuello. Sólo la cabeza se resiste, preparada en el exacto momento para retener el aire. El tiempo, aún en el exterior, no se ha sumergido. Aprietas la nariz fuertemente con el pulgar y el nudillo del dedo índice, abres la boca ampliamente y aspiras con fuerza, llenando tus pulmones con una extensa bocanada de aire fresco. Luego llenas tus carrillos sin soltarlo. Estás preparado para la inmersión. Y entonces desciendes hasta las sombras del corazón marino, donde la realidad es más densa, más lenta, más borrosa de contemplar, menos ruidosa, pero no por ello más tranquila. Todo se vuelve extremadamente espeso y pesado. El tiempo pasa más despacio, pero no se puede bucear eternamente con un pulgar y un dedo índice en la nariz. Tocas la arena con la punta de tus dedos, suave alfombra granulada que se deshace en delgados hilos de placentera caricia. La presión aumenta, pero no puedes subir a la superficie porque tienes que mantenerte cerca del suelo. La realidad, en ocasiones, está tan cerca de la tierra, que alejarse de ella sería evadirse de nuestra propia existencia. No sabes cuánto tiempo ha transcurrido, pero empiezas a pensar en el aire. El esfuerzo crece y no paras de bracear con dificultad para mantenerte sumergido, mientras tus pulmones adolecen de un oxígeno que no llega y comienza a desaparecer. Vuelves a tocar la arena y su roce te tranquiliza, pero la calma es finita. Tus ojos observan pasar la vida con parsimonia, pues todo parece fluir lentamente bajo el agua. No hay tiempo real, sólo insinuado, pero necesitas aire. Necesitas volver a la superficie. Evadirte de la realidad profunda. Ya no existe la rutina de un oxígeno al alcance de una respiración pausada y rítmica, solo bocanadas de aire fresco de vez en cuando. Subidas a la superficie para aislarte de esa sima subterránea, donde la penumbra reina en contra de la luz y siembra de desconcierto tu vida diaria. Es la nueva rutina. No puedes más. Los ojos te escuecen y no puedes llorar. No sabes reír y te cuesta trabajo mantenerte sin impulso. La presión en tu pecho crece y la vista se torna en manto oscuro salpicado de puntos brillantes. Exhalas un par de volutas de aire que se transforman en dos enormes burbujas. Aire que se libera convertido en dióxido de carbono. No puedes tragar. Sientes una punzada en la nuca que te atraviesa con un dolor indescriptible y la garganta se pliega sobre sí misma. Todo da vueltas y la angustia aumenta considerablemente. La ansiedad se apodera de tu conciencia, la poca que resiste, y te giras para mirar hacia arriba. Hacia la luz. La superficie. Necesitas subir para respirar y aislarte de esa realidad que tocas con tus manos y se desvanece en el agua, porque abajo no hay aire. Tu sien te martillea, la cabeza te da vueltas, y las piernas comienzan a fallar. Cuando crees que no vas a llegar, el sol baña tu rostro y el agua se escurre por tus mejillas. Has salido al exterior. Fuera de la realidad densa y espesa. ¿Estás soñando?, tal vez sólo se trate de una pesadilla, pero ahora da igual, sólo quieres respirar. Tomar aire. Llenar tus pulmones. Quieres sonreír, y reír, y respirar, y hablar, y chillar, y respirar de nuevo. Pronto habrá que sumergirse otra vez, porque ahora la rutina está en esa penumbra compacta y apelmazada, no lo puedes olvidar, así que es bueno respirar. Así era como se sentía él. Cogió aire y su vista se aclaró antes de volver a lo difuso. Incluso podía escuchar un sonido. Un piano… un toque orquestal. ¿Qué demonios….?, es música.


Entonces apareció en la superficie, y el sol calentaba su cuerpo. Y la arena era sólida y no flotaba en el agua. Sacudió su cabeza se incorporó y observó la costa dorada que se extendía ante su mirada. Excesivamente pequeña. No era una isla, más bien simulaba una roca flotante, a la deriva, como un iceberg sin hielo. Apenas cincuenta o sesenta metros cuadrados en círculo. Arena o piedra, le permitía descansar de su sempiterna inmersión subacuática, mientras aquel respiro de aire fresco le perdurara, o el sueño estallara en veinte mil punzadas de dolor submarino. Pero la música no dejaba de sonar. Un piano y una voz. Aquello no era la realidad, y él lo sabía. La superficie ya no era la rutina, sino algo especial y fuera de lo común. La anormalidad de una locura transitoria que sentaba realmente bien. Algo razonable dentro de una irracionalidad surrealista. Comenzó a rodear la pequeña lengua de arena, y los pasos se iban alargando, y la arena iba creciendo y la tierra se iba ampliando. Había más terreno conforme avanzaba. De un impulso casi innato, sus piernas, entumecidas hace unos segundos por el esfuerzo del buceo diario, empezaron a trotar, y pronto se vio corriendo. Corría con todas sus fuerzas. Abrió los brazos y sintió cómo una brisa tibia secaba su cuerpo empapado de realidad y el sol bañaba su rostro. Sintió ganas de gritar y gritó. Sintió ganas de chillar y chilló. No paró de correr. Cada vez más deprisa. La arena no se acababa y seguía extendiéndose sin descanso. Cuando una punzada cruzó su costado derecho y el corazón palpitaba con fuerza en su pecho, se dejó caer, totalmente agotado, pero sonriendo. Ahora era consciente de que aquel descanso, aquella toma de aire, era diferente de las demás, pues se extendía su periplo en la superficie. Miró al cielo. Un azul diferente. Azul intenso y casi mareante, en una perfección inmaculada, concebida con una tonalidad fija e infinita. No veía nada más, pero sí escuchaba. Música de nuevo. Se incorporó y ya no había arena a su alrededor. Tres mesas unidas preparadas para un festín nocturno. El sol ya dormía en el horizonte y todos le esperaban en la mesa para comenzar la cena en un lugar extraño, allende la ría de Bilbao, cerca del monte Sinaí, donde el carvajo no era un árbol de tronco grueso y grandes ramas tortuosas, sino un bar de veladores con flamenquines muy decentes y mechá muy insolente.


Tomó asiento y observó la compañía de la que gozaba, reunida en una estampa singular, y aunque surrealista, más considerada como temática Pop que del manifiesto de André Breton. Se acordó de Peter Blake y de su portada para el disco de Los Beatles “Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band”. El artista Pop había utilizado un collage impresionante de personajes conocidos, todos apretados, asistiendo a un funeral desconocido. Pero en esta ocasión no existía ningún sepelio, pues lo más luctuoso de los congregados eran algunos matices de negro, como alivio de luto, tal vez, en un ambiente distendido y agradable. Esto era más de lo esperado en una usual bocanada de aire fresco. Se imaginaba al señor Blake y su entonces esposa, Jann Haworth, reunidos más allá, observando la escena para un nuevo collage como la portada del disco de los escarabajos. Allí estaban casi todos, huecos vacíos de ausencia se dejaban sentir, pero la cena colorista se completaba con comensales de la más variopinta locura, a veces necesaria para acudir a la verdad del mundo. Una serie de personajes tras la línea del anonimato, quebrada en aquella isla flotante de asfalto, donde los rostros dejaban atrás una realidad inventada. A la mesa, el Sr. Andreu, que aparcaba un espejismo de seriedad de lo visto y oído para declamar con bromas y buen humor, su verdadera forma de ser. A su lado, su Estrella, que no se llama así, pero posee las virtudes de un astro nocturno, pues brilla, y siempre supone la mitad perfecta a la pieza de su compañero. Juan reía detrás de su barba, alumbrado por una luz de gas eléctrica, y quizás el modelo a seguir por Peter Blake, pues era el único actor, con radio incluida, que comía esa noche. También estaba allí María de las Mercedes, muy guapa, y a pesar de ser Borbón, sin obedecer a las leyes del paso del tiempo, engalanada con bella vestimenta y haciendo halago de su anacronismo favorito. No sería el primero de aquella cena suspendida en la inconsciencia de un día ilógico y predecesor de otro más irracional si cabe. Acompañaba a Su Majestad un Fiscal, pero no de despachos amplios y tribunas de madera que preservan la ley de la justicia… no. Eso no. Otra clase de fiscal, amante de vértebras dorsales y mantos recogidos en la cintura. Más allá, en el vértice opuesto de la mesa donde se sentaba él, un zapatero recortado sobre fondo verde, se abanicaba el calor que se adhería con fuerza a los cuerpos. Y aunque todo pueda indicar que era un insecto, no lo era, pues la ficción a veces juega malas pasadas. Fue así como el Rocío de una mañana valverdeña, aún lejana, se materializó de la mejor forma posible. A su lado, Martín. Martín era sencillamente Martín, y eso era lo más espectacular de aquel niño que no necesitaba máscara, que reía cuando quería y protestaba cuando algo no le gustaba. Quizás fue observando a Martín, sencillamente Martín, cuando se dio cuenta que los adultos habían perdido esa libertad de reír cuando desean y protestar cuando algo no les gusta. La paciencia era la máxima virtud que atesoraban sus padres, dueños del Callejón de los Negros, también presentes, aunque el verdadero propietario era bocina del Cristo de la Sangre. Martín tenía una hermana, que también acudió a la cena, pero ya no era sencillamente una niña, sino una brujita cuyo perfil se recortaba en un fondo rosa chicle. Su nombre sonaba a composición de Serrat, y su cara era tan bonita como la letra de dicha canción. ¿Qué es esto?, se preguntaba. Miró a su siniestra y observó dos ojos azules que le sonreían Por la puerta trasera de una agradable sonrisa. A su diestra, el sarcasmo y la ironía tomaban forma en una Gata de ojos verdes y nombre de capital de imperio, toda una teoría del caos hecha persona. ¿Y él?, ni siquiera se había mirado.


Vestía de negro, pero no era luto. Y respiraba. Tomaba aire en sus pulmones de una forma inusitada. Tranquilamente y deleitándose con cada bocanada, pues no sabía cuando tendría que volver a sumergirse en la realidad. Y si aquello, finalmente, no era más que un sueño, estaba plácidamente despierto en una ficción onírica. Peter Blake no podría haberlos retratado mejor. Se acordaba del pintor inglés pop. O del Pop del pintor inglés. No sabía quién era el Sargento Pimienta. Más tarde llamó alguien, pero no era el sargento, pues resultó ser un general francés, también anacrónico, que no había podido acudir a la cena. De algo estaba seguro, y es que después de sobrevivir a la última inmersión, él no era aquel sargento que buscaba en los demás. Aunque tampoco creía que ellos fueran los integrantes de la banda del club de corazones solitarios. Todos eran buenas personas, de buen humor, mejor carácter y agradable compañía. Todo era muy divertido y tenía ganas de reír. Él, que en ocasiones se olvidaba de lo que era eso. Entonces cayó en la cuenta… Blake no podría haberlos retratado, por mucho que aquella escena le recordara la portada del disco de Los Beatles. El artista del Pop Art pretendía una protesta inusitada de la realidad de su tiempo. Una verdad oculta por la banalización de lo importante y la elevación sagrada de lo superficial. En los altares estaban la fama, el dinero, las imágenes comerciales, la parte individual de una sociedad inundada por nuevos iconos célebres que ocultaban todo lo anterior. La realidad de los sesenta se convierte en un collage que superpone los nuevos clichés, anónimos algunos, otros famosos personajes que encarnan los modelos que la sociedad pretende seguir, en una constante adoración. Detrás de esa superposición de planos quedan los verdaderos modelos de la vida, los sueños, las esperanzas, las metas, los trabajos, abandonados a favor de una ideología de estrellato contemporáneo, nueva e innovadora, frente al viejo pensamiento desligado de una exitosa realidad de fama efímera. No. Nada de lo que allí se contemplaba tenía que ver con eso. En aquella cena tan real como la fiesta de no-cumpleaños de Alicia, y tan ficticia como el montadito de mechá sin sabor, había gente que no ha perdido sus valores. Las máscaras cayeron sin necesidad de soltar amarres. Y la memoria ya no incluía el esfuerzo de respirar. El ritmo se adaptó perfectamente a la existencia onírica, si realmente era un sueño. Tal vez ni él mismo se había dado cuenta.


Lo de Bohemia fue un insulto. Allí se acabo la noche. Murió el día sin necesidad de que comenzase otro y un escalofrío le recorrió su cuerpo. Si se marchaba y volvía a dormir, tal vez despertaría en su otrora pesadilla de rutina. Tenía que mantenerse despierto. O soñando en esa superficie móvil que había encontrado. Ese pedrusco donde naufragó llevado por la marea, cuyo perfil cambiaba vertiginosamente y le ofrecía oxígeno gratis. ¡Gratis!. A veces un pensamiento horrible cruzaba por su cabeza. La comercialización de oxígeno a precio exagerado le causaba pavor. Y el caso es que sabía, porque no se le olvidaba, que adolecería aquel aire cuando tuviera que volver a sumergirse. Inmersión inmediata cuando sus ojos se cerraran para abrirlos bajo el agua. Pero ahora estaba en Bohemia, un insulto cuando la Rapsodia era sustituida por el zumo de mambo, perfecto para encender los motores de una brasileña que bailaba a ritmo desbocado. El resto fue breve. Y la arena cayó tan rápido del reloj como el agua desciende por una cascada. Agua… eso le recordó su inmersión. Se agobió y decidió no dormir. Diáspora de comensales. Como si de un espejismo se tratara, se desvanecieron los protagonistas de la cena. Estaba sólo otra vez, seguía sonando música, aunque no la reconocía, pero la isla permanecía a flote y él había decidido no dormir.


Sin saber cómo el tiempo avanzó, y sin estar dormido pero tampoco despierto, observó a la Esperanza. Y de eso sí se acordó. De su figura perfilada en el azul del cielo. De su tez morena. De su contoneo. Por eso quizás flotaba y oscilaba entre el ensueño etéreo y la realidad que estrechaba su isla. Pero estaba cansado. Agotado. Y tenía miedo. Un miedo indescriptible. Un pánico que había vivido anteriormente y que ahora volvía con una normalidad extrema, como si estuviera todo preparado para esa vuelta. Una preocupación le angustiaba y le rodeaba el cuello en un esbozo de llanto. La realidad, o tal vez aquel sueño que comenzaba a desvanecerse, estaba desvirtuado. Las imágenes aparecían a través de un cristal esmerilado. No supo nada más, pero tampoco se acordaba de cómo había llegado hasta allí. Sin saberlo volvía a tener el agua al cuello. Sintió que sus piernas le pesaban como dos barras de plomo. Intentaba mantenerse a flote. El final de nuevo. Otra vez a coger aire. No era rutina el aire que respiraba, sino pura y dura exclusividad, alcanzada sin esperarlo y arrebatada de la misma forma. ¿Había sido un sueño y acababa de despertarse o era ahora cuando cerraba los ojos para volver a tener una pesadilla prolongada?. No lo sabía, ni tenía mucho tiempo para pensarlo. Miró a su alrededor. Agua. Sólo una superficie dúctil y blanda, decidida a tragársele. La música que le había acompañado durante aquel día largo, o quizás doble jornada, se perdía en el aire. Ese ansiado aire. Entonces apretó su nariz con el pulgar y el nudillo del índice, cogió una bocanada de oxígeno y se dejó lastrar por la atracción de la realidad. Cuando llegó al fondo abrió los ojos. Borrosidad de nuevo. Todo atrapado en aquel mundo lento de visión turbia e imprecisa. Tocó la arena, como siempre hacía, deslizándola entre sus dedos. Y fue cuando sacó algo. Se le escaparon dos grandes burbujas de la sorpresa. Las lágrimas son más saladas cuando la amargura es mayor. Lloró y el agua se volvió dulce comparada con aquel llanto. Sostenía entre sus manos el escudo de su equipo. En lo más profundo. En la penumbra. ¿Era un sueño?, no. Era la realidad convertida en pesadilla. La música traspasó la densidad del agua. I’d love to turn you on¿entusiasmarme? Pensó. Y los recuerdos acudieron. ¡Ya está!, aquella canción de Los Beatles. El sargento Pimienta. La cena con aquellos personajes tan amables. Y su equipo. Bajo el agua, con los carrillos inflados y la visión entumecida, supo que estaría con su equipo en el hundimiento y cuando volviera a la superficie. Ahora y siempre. Me encantaría entusiasmarte




viernes, 22 de mayo de 2009

F.C. Barcelona-Manchester U.

Será en Roma, cuna del Arte y ciudad de memoria tallada en piedra, donde el vencedor podrá dejar impreso su nombre en la Historia del Fútbol. Tal vez la igualdad de la contienda tenga a bien ofrecernos un buen espectáculo. Puede que la arena del Coliseo contagie a los dos equipos y los sumerja en una batalla encarnizada por demostrar cuál de los dos grupos de jugadores es mejor. Veintidós hombres. Un balón. Dos aficiones. Un espectáculo. Y millones de ganadores. Todos los que disfrutarán: los amantes del fútbol, incluso los que no son tan devotos de este deporte.

Será en Roma, la Ciudad Eterna, donde se decida el vencedor de este duelo de titanes y la Liga de Campeones de 2009 tenga su dueño. ¿Hay mejor urbe que Roma para coronar al campeón de Europa?, ¿acaso no fue en esta ciudad donde surge la idea de unificar el continente en uno?, quizás las formas no fueran las más idóneas, utilizando la fuerza combativa y el ejército romano, pero finalmente consiguieron la unidad deseada. De igual manera, los dos equipos no escatimarán en esfuerzo para hacerse con el deseado trofeo y pondrán toda la carne en el asador, lo que asegura un extraordinario espectáculo. Una final de nivel desbordante que promete un duelo vibrante entre los dos mejores equipos de Europa, y no sólo por haber llegado a la final, sino por su juego rápido, claro y de tiralíneas. Un planteamiento ganador que les ha hecho vencedores de sus respectivas ligas. Jugadores dotados de desborde personal e individualidades capaces de ganar un partido por sí solos, completarán la función. Romper las barreras de los récords será otro de los aspectos a los que tendremos que prestar atención durante tan esperado encuentro.



Capaces de enamorar con su fútbol de toque, precisión y capacidad goleadora, ambos equipos tienen la habilidad de hacerse gustar. Todo aquel que los haya visto jugar en los últimos encuentros, le guste el deporte rey o no, habrá sucumbido al espectáculo, porque no es otra cosa, es un bello teatro de balón, perfectamente orquestado, que augura un partidazo el miércoles 27 de mayo. Para el Manchester United, la victoria supondría el doblete, junto con la Premier League, pero para el Fútbol Club Barcelona el efecto sería mayor: la conquista de una superación que le llevaría a batir todas las marcas registradas, con un triplete que incluiría Liga, Copa del Rey y el título en cuestión. Pero… ¿cuál de los dos equipos vencerá el miércoles?, ¿conseguirá el Manchester el doblete o el Barcelona el triplete?, ¿quién, a juicio de vosotros, tiene mejor plantilla?, ¿quién juega mejor?, ¿quién se lo merece más?, preguntas todas que podéis responder mientras saciáis vuestra sed.


Como en aquella ocasión, hace un año, vuelvo a proponeros una porra. Transformo este rincón donde se ofrece agua a todo aquel que quiera refrescarse y traigo varias mesas de madera. Se podrá apostar, aunque no con dados ni encuadernadas marcadas. Cada uno podrá decidir un resultado exacto y sólo se podrá repetir en una ocasión, es decir, sólo coincidirán dos marcadores iguales. Los empates también sirven, pues el marcador que salga ganador será el que llegue hasta el final de los noventa minutos, sin incluir los goles de la prórroga o la tanda de penaltis finales. El ganador de dicha porra tendrá la opción de elegir una Obra de Arte, sobre la que realizaré una entrada en su honor. Animaos y participad…

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NOTA POST-PARTIDO

F.C. Barcelona 2 - 0 Manchester United
Se consiguió el triplete
Ganador de la porra: Juanma

¡Enhorabuena!
Y gracias a todos por participar