Es un rito. Ya lo dijo don Rafael Montesinos, el rito y la regla. Todos tenemos un rito personal, cargado de símbolos e iconografía propia y familiar. Todos respiramos la tradición y costumbre enraizada en el corazón más profundo de nuestra semilla cofrade. Es así y así debe ser. Llegará el día, y como siempre, nos costará respirar. Llegará y necesitaremos inhalarlo entrecortadamente, como si el aliento fuera denso en nuestros pulmones y le costara entrar y salir. Nos faltará el aire y la emoción silenciará las palabras que sobran cuando hay gestos que lo llenan todo. Y habrá recuerdos, deshilachados en el ambiente por la ausencia de quien se quiere y no está. Será entonces cuando sintamos llegar el momento. Y no se hablará. Y será en silencio. Túnica sobre los hombros. Ya sientes el peso de la estación y el olor inmaculado, sin rastro del paso del tiempo. Huele a una tarde santa. A una noche eterna. Ceñirás cíngulo o cinturón de esparto. Botonadura o cola. Medalla propia y ajena, pero familiar. Y luego, cuando el aire que acaricie tu cara sea el de la calle, cubrirás tu rostro y serán tus ojos la única ventana de tu alma. Escucharemos a nuestras espaldas: ¡mira mamá, un nazareno!. Y habrá comenzado la Estación de Penitencia. Son los nazarenos dueños de su anonimato. El antifaz los convierte en iguales. Todos son figuras aisladas dentro de un conjunto equilibrado. El cortejo de la cofradía. Un año puede faltar uno, pero la gente no se da cuenta. Otro puede tener uno de más, pero tampoco se dan cuenta. Solo la madre, la mujer, el marido, el hijo, la hija, el amigo son conscientes de esa ausencia o de esa incorporación. Para el resto, es una masa articulada que se adapta al horario de paso. Un río de cera ardiendo que antecede al Señor y Su Madre.
Siempre he dicho que mis años comienzan en septiembre. Es en este mes cuando la vida laboral vuelve a ponerse en funcionamiento. Es en septiembre cuando queda un año para las vacaciones. Y es en este mes cuando empezamos a calcular con mayor frecuencia los días que faltan para Semana Santa. En esa cuenta, en la que caen las hojas del almanaque como marchitas manos de árbol, es cuando la ilusión se incuba de manera especial. Se acumula en nuestro interior y estalla el siete de enero, cuando la Estrella de Bagdad aún no ha dejado de brillar en el horizonte. Pero este año será diferente. Este año ya no sale. Dice nuestro amigo Diego que no quiere salir más. Dice nuestro amigo Diego que cuelga su túnica de red internacional. Ya ves, dirán muchos, un nazareno menos para el cortejo. Algunos no lo notarán, gran cantidad de internautas no se enterarán, a otros no les importará, pero muchos de nosotros notaremos el hueco en la fila. Dice nuestro amigo Diego que todo llega. Tal vez ya era hora de no volver a sacar más papeletas de sitio de este cortejo de redes. Tenemos que respetar su decisión, pues no cabe otra, pero no tenemos porqué estar de acuerdo. Yo no lo estoy amigo Diego, porque tus versos me han hecho reír, me han hecho reflexionar. Porque tus versos han traído incienso a mi cabeza, han sido la protesta de todos nosotros. Porque tus versos, amigo mío, me han emocionado. No me lo tengas en cuenta, que ya sé que tengo que respetar tu decisión, simplemente me he drogado demasiado con tus palabras y ahora, cuando vuelva a cruzar LaCava de la red buscándote, notaré tu ausencia en las filas. Son los nazarenos dueños de su anonimato. El antifaz los convierte en iguales, pero muchos de nosotros nos daremos cuenta que este año, cuando el azahar sea semilla y el incienso ni siquiera esté mezclado, nos faltarán los versos de nuestro amigo Diego, Lacava. Gracias por regalarnos tres años de exquisita elegancia escrita. Aquí tiene voacé su casa y, no te preocupes amigo, que dejaremos la puerta abierta, por si acaso se te ocurre regresar.
Siempre he dicho que mis años comienzan en septiembre. Es en este mes cuando la vida laboral vuelve a ponerse en funcionamiento. Es en septiembre cuando queda un año para las vacaciones. Y es en este mes cuando empezamos a calcular con mayor frecuencia los días que faltan para Semana Santa. En esa cuenta, en la que caen las hojas del almanaque como marchitas manos de árbol, es cuando la ilusión se incuba de manera especial. Se acumula en nuestro interior y estalla el siete de enero, cuando la Estrella de Bagdad aún no ha dejado de brillar en el horizonte. Pero este año será diferente. Este año ya no sale. Dice nuestro amigo Diego que no quiere salir más. Dice nuestro amigo Diego que cuelga su túnica de red internacional. Ya ves, dirán muchos, un nazareno menos para el cortejo. Algunos no lo notarán, gran cantidad de internautas no se enterarán, a otros no les importará, pero muchos de nosotros notaremos el hueco en la fila. Dice nuestro amigo Diego que todo llega. Tal vez ya era hora de no volver a sacar más papeletas de sitio de este cortejo de redes. Tenemos que respetar su decisión, pues no cabe otra, pero no tenemos porqué estar de acuerdo. Yo no lo estoy amigo Diego, porque tus versos me han hecho reír, me han hecho reflexionar. Porque tus versos han traído incienso a mi cabeza, han sido la protesta de todos nosotros. Porque tus versos, amigo mío, me han emocionado. No me lo tengas en cuenta, que ya sé que tengo que respetar tu decisión, simplemente me he drogado demasiado con tus palabras y ahora, cuando vuelva a cruzar LaCava de la red buscándote, notaré tu ausencia en las filas. Son los nazarenos dueños de su anonimato. El antifaz los convierte en iguales, pero muchos de nosotros nos daremos cuenta que este año, cuando el azahar sea semilla y el incienso ni siquiera esté mezclado, nos faltarán los versos de nuestro amigo Diego, Lacava. Gracias por regalarnos tres años de exquisita elegancia escrita. Aquí tiene voacé su casa y, no te preocupes amigo, que dejaremos la puerta abierta, por si acaso se te ocurre regresar.