sábado, 30 de enero de 2010

Auschwitz

Algunos hombres giran la cabeza ante su nombre, otros responden con palabras duras, y muchos miran de forma extraña. Mantienen sus ojos vacíos e inexpresivos. Conozco esa mirada, pues tuve que contemplarla durante años ante el espejo. Son cicatrices que el tiempo se encarga de grabar a fuego en los arrabales de nuestro corazón. Sitian el alma de terror y desesperación que tarda en desaparecer. La mancha de la humillación emponzoña la conciencia y el pavor envenena la vida. La infancia se antojaba tan lejos… era apenas un esbozo de felicidad desdibujado en aquella tristeza a rayas. Nuestra infancia es como un juguete olvidado en el cajón de nuestra habitación, acudimos a ella cuando necesitamos refugiarnos de nuestra realidad. Huir de la presión adulta, de la madurez y sus problemas. Pero a mí me arrebataron mi infancia. Se encargaron de borrarla de mi memoria, sin embargo, fue cuando más intenté rescatarla. La buscaba y la ansiaba entre tanto horror. En ocasiones cerraba los ojos e intentaba soñar. Es difícil tener fantasías dentro de una pesadilla, sin embargo solía conseguirlo muy a menudo. Luego tenía que volver. Siempre había que despertar. Empecé a desear quedarme dormido para siempre en el eterno sueño de mi infancia olvidada. Aquella sensación inmaculada de la inocencia de un niño. De su libertad. De su tranquilidad. De su belleza idealizada. Siempre tenía que acudir a ella mediante recuerdos, porque mi infancia, hijo mío, se quedó fuera de aquella alambrada para siempre.

Dicen que hace mucho calor. Dicen que es cavernoso y que huele a azufre, que las tinieblas y la oscuridad se turnan para decorar el interior de sus entrañas, pero el infierno no es así. El infierno es frío. Frío como el metal de las armas. Frío como la humedad de los barracones. Frío como el alambre, como si no tuvieras sentimientos. Frío como el gas que evaporaba la dignidad de los seres humanos que lo poblaban y como los cuerpos inertes de mis compañeros, de mis amigos, de mis familiares. Fríos como los recuerdos que veo aparecer en sueños. Tan frío como el hielo que se acurrucó en mi alma para siempre. No supe a qué sabía la alegría y el tiempo se convirtió en el peor de los diablos de aquella morada. A la Esperanza se le paró el reloj y estábamos tan cercanos a la Muerte que nos confundían con ella.

Un día todo acabó. Parecía otro de mis sueños, pero hacía mucho que no soñaba. Nos rescataron y entonces desperté de mi madurez obligada. Ya no era un niño, pero me di cuenta que volvía a llorar como si lo fuera, volví a descubrir el tacto de la luz y el calor más allá del frío infierno. Volví a sentir la libertad de mi infancia y la belleza de la vida. Aquellos pequeños detalles de mi niñez siempre me han acompañado, porque cuando salí de aquel lugar me di cuenta que la vida me había dado otra oportunidad. Perdí mi infancia, pero volví a tener otra. Recuerda siempre, hijo mío, que tu padre sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz, pero muchos de sus amigos, de mi familia y la tuya, perecieron allí. Mis cicatrices son las del Mundo civilizado, que debe saber mirar en ellas para no volverlas a sufrir.

Cerró la carta de su abuelo y la guardó en aquel sobre amarillento por el paso del tiempo. A partir de ese día, Violeta sintió la luz de la vida más fuerte que nunca…

Texto realizado para el programa Radio Estilo que dirige, magistralmente,
Saray Pavón Márquez

Desde aquí le agradezco la oportunidad que me brindó al participar

viernes, 1 de enero de 2010

Ya es mañana... y todo empieza

Hoy es viernes, tenía que ser viernes. Hoy es 1 de enero, y al igual que el año, hoy en San Lorenzo hay cera nueva. En la Plaza Donde Todo Empieza...


"¿Cómo siente Sevilla la devoción hacia Nuestro Padre Jesús del Gran Poder? Es indefinible; para el observador extraño, será siempre un misterio este movimiento impulsivo de nuestro pueblo hacia el Nazareno de Montañés"
- La Ciudad, Manuel Chaves Nogales